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El Papa Francisco concedió hace un tiempo una entrevista al periodista español Jordi Évole. En ella Francisco quiso aprovechar una pregunta de Évole para hacer una reflexión sobre los medios de comunicación y sobre la responsabilidad que tenemos los comunicadores. En ese marco, el Papa tomó un respiro y se dirigió al periodismo —encarnado en el periodista que tenía delante— y dijo: “ustedes tienen la posibilidad de caer en cuatro pecados o cuatro actitudes malas. Cuatro actitudes que los amenazan constantemente y de las cuales tienen que defenderse”.

Y pasó a explicar en detalle cada una de ellas, que aquí resumimos brevemente. “Primero —dijo el Papa— la desinformación”. Es dar la noticia, pero solo la mitad. Segundo, la calumnia. “El medio de comunicación tiene tanto poder frente a las masas, a la gente, que puede calumniar impunemente. Además, ¿quién le va a hacer juicio? Nadie. Por ahí uno se atreve”. En tercer lugar, Francisco se refirió a la difamación que es, en su opinión, “más sutil todavía” que la calumnia. Finalmente, se refirió a una actitud en la que puede caer el comunicador: la coprofilia. “Es un poquito arriesgado decirlo, pero es verdad”, dijo. “El amor a la cosa sucia… amor a los escándalos, a todo lo que es sucio. Y hay medios que viven de publicitar escándalos sean o no verdaderos, o sean la mitad verdaderos o no. Pero viven de eso”. Terminó Francisco presentando una tarea-desafío para los comunicadores: “Superando esos cuatro límites, la comunicación sería algo maravilloso. Un comunicador que esté siempre examinando de no caer en esos cuatro defectos, es flor de comunicador”.

Las palabras de Francisco recogen la preocupación de muchísima gente frente al llamado cuarto poder y evidencian la necesidad de hacer autocrítica.

En nuestro país, lamentablemente, sobreabundan los ejemplos de esas “cuatro actitudes malas” a las que se refiere el Papa. Y habría que decir, incluso, que algunas de ellas se han institucionalizado como una forma de hacer periodismo que responde a otros intereses que no son la genuina responsabilidad de informar al público. Por otro lado, hay que mencionar esa especie de espíritu de cuerpo ideológico que protege a todo aquel comunicador progresista con una especie de inmunidad frente a lo que no sea de su completo agrado.

A pesar de todo lo dicho, no hay que olvidar que la libertad de expresión es un valor y un derecho fundamental de la persona humana que hay que defender sin tregua. Debe ser entendida como la potencialidad del hombre de buscar la verdad y expresarla libremente. Debe ser mantenida inmune de cualquier coacción de individuos, de grupos sociales y gobiernos, además debe tener la protección de un ordenamiento jurídico que la reconozca como derecho inalienable de la persona. Es en este sentido que ninguna ley que pretenda recortar la libertad de expresión debe ser permitida.

Las libertades de información y de opinión deben gozar de una protección permanente e indiscutible. Cualquier exceso ya se encuentra regulado y no se necesita de censuras ni amenazas para ejercer tan fundamental derecho. La ley mordaza no debe ser aprobada.

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