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Era 1968, en casa todos estaban preocupados. El general Juan Velasco había dado un golpe militar de estado, iniciando una dictadura comunista que duraría 12 años y dejó al Perú sumido en la pobreza, luego de quitarnos todas nuestras libertades. Los siguientes fueron dos gobiernos constitucionales, se fortalecieron los movimientos terroristas, sufrimos una hiperinflación galopante; pero, en medio de la crisis, respirábamos libertad.

En 1990 llegó Alberto Fujimori, con ese aterrador “fujishock”, medida económica con la que comienza la estabilidad y recuperación; acompañado por el brutal terrorismo que padecimos por 20 años. Esa guerrilla que intentan disfrazar de “conflicto armado interno”. No señores, se aterrorizó y asesinó a poblaciones enteras, y eso se llama “terrorismo”. Pero no se negoció con esos sanguinarios, fueron enfrentados y derrotados.

Uno de los errores de Fujimori fue ese segundo gobierno, ya que –aunque no avalo el golpe de Estado–, durante el primero, se redacta la Constitución de 1993, que hizo posible que pasemos de 58% de pobres en 1990 a 20% en el 2019. Pero el poder es el poder, y comenzó el abuso de autoridad (hasta 2020).

Festejamos antes de tiempo, una lección que debemos aprender. El Gobierno provisional de Valentín Paniagua (2000-2001),tildado de “intachable”, fue el que inició la liberación de terroristas, continuada por Toledo y Humala. Hoy más de 3,000 terroristas, que a todas luces no han sido reformados y mucho menos arrepentidos, están en las calles.

Pero en los siguientes gobiernos constitucionales la izquierda marxista continuó con el copamiento de las instituciones en todos los niveles, buscando el control. Podemos sumar a Vizcarra, Sagasti y al golpista Pedro Castillo. El objetivo principal es la Educación, cambiar el currículo escolar, para adoctrinar a la juventud. Luego se disolvió el Consejo Nacional de la Magistratura, reemplazado en tiempo récord por personajes del entorno del presidente Vizcarra, quienes hasta hoy deciden quien nos investiga y quien nos juzga; también está Jorge Salas Arenas, acusado de tener vínculos con el terrorismo, quien hoy maneja el sistema electoral.

Podemos asumir la torpeza de Pedro Castillo como una batalla que gana la libertad y el estado de derecho; y no menciono a la democracia ya que los grupos autócratas pretenden hacernos creer que son demócratas. “Pelotudeces democráticas” como diría el congresista acusado por apología al terrorismo, Guillermo Bermejo.

No olvidemos que todas las instituciones se unieron para respaldar ese momento histórico en el que la sociedad civil, las fuerzas armadas y policiales, la Fiscalía de la Nación, el Tribunal Constitucional, la Junta Nacional de justicia y el Poder Judicial, entre otras, se pronunciaron en contra del golpe de Estado de Castillo, antes de la votación en el Congreso que declaró su vacancia.

Pero si queremos luchar contra el autoritarismo, defendiendo nuestros derechos y libertades, hay que hacer frente a esa injerencia extranjera que busca vender un proyecto político a todas luces fracasado. No se trata de criticar principios caducos de izquierdas o derechas; se trata de evaluar las propuestas por sus propios resultados. Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, reconocidos gobiernos autoritarios, muestran a todas luces no solo el fracaso económico, sino el dolor y el deterioro en la calidad de vida de su población, seres humanos que son sus víctimas.

Repensemos la realidad. ¿Cuáles son los orígenes y las causas de la polarización en Latinoamérica? La guerra fría terminó, pero el antimperialismo es la bandera que flamea en los frentes del Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y todas esas instituciones. Reflexionemos sobre los orígenes de ese pensamiento ­–que nace en tiempos de la independencia cubana–, que luego fue el eje de todas y cada una de las acciones de Fidel Castro en esa revolución antiimperialista. Castro era el aliado natural de la URSS; pero por qué tenemos que pagar las consecuencias de un odio en el que involucran a toda Latinoamérica, en un conflicto que hoy debería ser resuelto entre el Gobierno cubano y los Estados Unidos.

La doctrina Monroe (1823),originalmente pensada para defender a Latinoamérica contra los intentos europeos de recolonización, se convirtió en una política expansionista; pero el último territorio anexado data del siglo XIX. Además, la relación entre los Estados Unidos y Latinoamérica se hace distante. Las potencias del Norte Global, que no entiende la realidad de los países del Sur Global, buscan imponer modelos lejanos a nuestra realidad: ese es el problema.

Resulta irónico que el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, avalen la Agenda 2030 o los principios de la Nueva Constitución, inventos del Norte Global, mal adaptados en nuestros países. Sólo buscan confundirnos, generar polarización, gobiernos autoritarios y esa injerencia que tanto daño nos viene causando. Sin importar la tendencia política, ese modelo simple y llanamente no funciona.

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