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Debemos negarnos a un mundo donde la confianza de las decisiones que más nos afectan no estén en manos de un mentsch.

¿Nos consideramos buenas personas? ¿Somos conscientes de las consecuencias de nuestras acciones? En el idioma Yiddish – antiguo dialecto de los judíos de Europa del Este – existe el término mentsch. Este se utiliza para definir a una persona justa, solidaria, humilde, consciente y, especialmente, humana. La comprensión del ser humano en el judaísmo propone la particularidad de que este puede calcular consecuencias más allá de lo inmediato (como destaca el Rabino Mendy Herson de Chabad). Consecuencias de nuestras acciones, desde el movimiento más mínimo, hasta la decisión más trascendental.

Es frecuente vernos a nosotros mismos criticando las acciones de los demás, quejándonos al ver a alguien en la calle haciendo algo que consideramos que nos afecta, pero no siempre entendemos el poder de nuestras propias decisiones. Mi abuelo, Alter B. Himelfarb W. Z¨L entendía muy bien esta visión de un modo muy humanista, siendo un ejemplo de un mentsch a través de su vida. Por lo tanto, es necesario ser críticos frente a las realidades que nos rodean y elaborar un análisis oportuno para trascender estas ideas en nuestro alrededor.

En este sentido, tomo como inspiración de mi abuelo entender esto en un nivel más elevado: los lideres de nuestras naciones. ¿Cómo es posible que frente a tantas injusticias del día a día, un gobernante siga pensando en su propio beneficio? Es una falta de moralidad y de consciencia los miles de casos que encontramos en el mundo de corrupción gubernamental. Estas situaciones en el mundo político se deben considerar como un llamado a entender que es el momento de sacar nuestro propio mentsch para hacer un cambio.

Para algunos, se trata de un problema institucional, casi intocable. Esto ha dado paso a políticos que se definen a sí mismos como antipolíticos, que abogan por una solución estructural. Que buscan, de cierto modo, romper el sistema completamente. Otros, consideran que es cuestión de cambiar a una sola persona. Que el problema es, más bien, específico. No es raro encontrarnos con que la “verdadera solución” es la implementación de una “democracia real”, sin siquiera entender las bases de este sistema. Creo que, para dar solución a estos problemas que nos afectan a todos, es esencial encontrar el mentsch en nosotros, y transmitir esto en nuestros líderes. Así, solamente entregar nuestra confianza a una persona con las cualidades de un mentsch, y no al que consideremos como “el menos peor”.

En mi propia experiencia, fui testigo del grito de las protestas en Israel: democracia o rebelión. Sin embargo, creo que, en el sentido más amplio, no solamente necesitamos una democracia, sino un mentsch. Uno que respete y tenga claros los derechos humanos como inamovibles, y comprenda los pesos y contrapesos de un Estado de derecho. El grito no debe ser “Democracia o rebelión”, sino “Mentsch o rebelión”. Nuestro grito en protesta, así como lo hacía mi abuelo frecuentemente, debe venir del añoro por un mundo donde la consciencia y la justicia sean el estándar y modo de vivir, como si fuéramos nosotros mismos quienes tomamos las grandes decisiones.

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