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El encuentro del II Foro de Madrid, nos deja como mensaje la importancia de la unión Latinoamericana para defender la “Libertad” de nuestras naciones.   Esa libertad que es la esencia de la capacidad humana de elegir y tomar decisiones que afectan nuestra vida y nuestro entorno.  Esta libertad no consiste en hacer lo que uno quiere o realizar elecciones ilimitadas, sino que se refiere a la posibilidad de asumir nuestra existencia de forma auténtica, de ser dueños de nuestra propia vida, de nuestra capacidad de tomar decisiones, asumiendo las consecuencias de nuestros actos.

Tal vez el problema que arrastramos es continuar con esa división entre “derecha» e «izquierda» para describir posiciones políticas que se remontan a los tiempos de la Revolución Francesa de 1789.  Estos términos se siguen empleando para distinguir posturas en principio conservadoras, enfrentadas a las posiciones progresistas, simplificación que resulta insuficiente en nuestros tiempos.  En esta región esta dicotomía se emplea para enfrentar lo que el Foro de Sao Paulo denomina la hegemonía neoliberal imperialista norteamericana; en una rivalidad en la que los Estados Unidos tiene cada vez menos protagonismo y son los países latinoamericanos los que sufrimos las consecuencias de esta polarización.

Uno de los cuatro principios del Foro de Sao Paulo es: “Oposición al imperialismo, su proyecto económico neoliberal y sus secuelas como el sufrimiento, la miseria y el retraso de nuestros pueblos. El neoliberalismo promueve una lógica de explotación a costo de vidas humanas y del medio ambiente. Rechazamos cualquier intento de injerencia externa que garantice los intereses de otros países en perjuicio de la voluntad soberana de nuestros pueblos y la preservación ambiental”.

Pero son justamente las elites cubanas, venezolanas, nicaragüenses y bolivianas, las que han llevado a sus naciones al sufrimiento, la miseria, el retraso, migraciones masivas, perdida de la dignidad, violación de los derechos humanos, presos políticos, privación de la libertad de expresión y asociación, ausencia del estado de derecho y la consecuente pérdida de las libertades individuales.  Estos gobiernos, a los que podemos sumar a los presidentes de Chile, Argentina, Honduras, Colombia y México, actúan en bloque con una abierta actitud intervencionista, sin importar la soberanía e independencia de nuestras naciones, para proteger sus propios intereses atentando contra la estabilidad y respeto mutuo de los Estados.

No es casualidad el uso de términos como la voluntad soberana de los pueblos o la preservación ambiental, conceptos que –aunque importantes– poco tienen que ver con la soberanía en medio de esos principios antimperialistas y antineoliberales.   Es así como buscan confundir la esencia de sus verdaderos objetivos, creando esa coalición con la que hacen fuerza común para imponer sus intereses y políticas autoritarias.

El problema no son esas naciones formadas por personas que buscan una vida digna, plena y libre. El real problema son las reducidas elites que hoy manipulan el poder en esos países, apropiándose de las instituciones, controlándolas, uniéndose con sus camaradas para preservar el control, perpetuarse en un poder que hoy pareciera interminable y casi imposible de revertir.

El objetivo debe ser el fortalecimiento de nuestras instituciones, comenzando con la educación, principios cívicos, fortalecimiento de partidos políticos con representantes íntegros, autoridades idóneas en nuestros sistemas electorales, instituciones sólidas, que propicien la libertad y el estado de derecho.

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