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Los seguidores del surrealismo, viajan por el mundo para visitar los museos especializados en tal corriente o con salas que lo contengan, aunque no siempre inspirados en el arte sino en las modas que por su naturaleza son temporales. Son grandes viajeros que además hacen turismo.

A esos viajeros impenitentes que son fanáticos del surrealismo, bien podríamos atraerlos al Perú para que observen, pero no aplaudan el surrealismo peruano, y no me refiero a las obras por ejemplo de Tilsa Tsuchiya, Fernando de Szyszlo, Carlos Revilla o Alvaro Suárez Vértiz, sino al surrealismo político.

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Lo que estamos viendo en el Perú hasta hace poco era inimaginable, peor que cualquier pesadilla. Después de tener una de las inflaciones más duras del universo en que para comprar cualquier cosa tenía que llevarse billetes en carretilla, se puso a nuestro país en la senda del crecimiento y desarrollo sostenible y con el capítulo económico de la Constitución de 1993, se recibieron importantísimas inversiones del exterior y retornaron a la patria capitales que aterrorizados habían huido.

Lo último señalado originó reducción de la pobreza, incremento de clase media, prosperidad y mayor bienestar en casi tres décadas. Empero, y pese a ello, en las elecciones del 2021 se hizo de la Presidencia de la República el candidato que representaba al antisistema, cuyo partido se albergaba en el comunismo que tanto daño había hecho al mundo y que desmotivaba las inversiones y la generación de trabajo.

Los candidatos afines al sistema estuvieron divididos, e incluso ciudadanos de centro, centro derecha y derecha peruana, fueron a las ánforas divididos, dando ventaja al candidato del rojerío internacional arropado también por la caviarada criolla. ¡Alucinante!

Vemos como en un año han cambiado varios gabinetes ministeriales, así como también la variación de titulares de diversas carteras, con excepción de ministros de carteras históricamente vinculadas a la corrupción. Leemos todos los días en el diario oficial, los nombramientos de más y más burócratas improvisados, que sustituyen a funcionarios profesionales, con lo cual lejos de mejorar la administración de los asuntos públicos la complican. Además, el amiguismo y la ayuda a la parentela de los más altos dignatarios de la Nación, llegan al escándalo.

No hay semana en que no existan noticias y denuncias de actos de corrupción, observándose poco interés en su investigación y sanción. La falta de confianza en el régimen hace que cada vez existan más familias que prefieren irse a vivir al extranjero, para lo cual han sacado sus capitales que bien, en otras circunstancias, hubieren ayudado a crear fuentes de trabajo en el Perú.

Allegados a los más altos niveles gubernamentales, con más que sospechas de corrupción no son hallados, lo que presumiblemente implica que gozan de indebida protección y, así podíamos seguir y seguir hasta el cansancio. ¿Díganme si necesitamos viajar para anotarnos en el surrealismo?

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