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¿Por qué la gente no sale a la calle a protestar si hay motivos más que suficientes? Es la pregunta que se hacen los políticos de ambos extremos, periodistas e intelectuales. También se la hacen quienes tienen una postura intermedia y exigen que se vayan todos.

Los psicólogos señalan que los motivos deben ser tan fuertes que superen a los riesgos que sientan las personas interesadas en los avatares de la política, pero advierten que hay una gran distancia entre responder a una encuesta y no estar de acuerdo con el gobierno y/o con los congresistas, con la decisión de gastar su tiempo en salir a las calles. Hay, además, un elemento de cansancio, de agotamiento psicológico frente a la angustia que generan las crisis de salud, económica y política, que buscan alivio en el fútbol, la música o las oraciones.

Los sociólogos afirman que el elector racional es quien pone en la balanza los pro y los contra, antes de tomar una decisión y que al ver demasiados actores peleándose en el escenario, no está claro por dónde está la salida para la crisis y, por tanto, en qué se beneficiaría. Pero, a la vez, recuerdan que en la sociedad peruana tan fragmentada no abundan los electores racionales y que, más bien, sus decisiones en política son espontáneas, imprevistas, sorprendentes y casi caprichosas.

Algunos politólogos indican que es muy difícil remontar una situación tan polarizada, sobre todo, si se carece de uno o dos partidos de centro que sean fuertes. Recuerdan que desde la revolución rusa quedó demostrado que el poder lo conquistan minorías audaces y no son tan necesarias las multitudes en las calles. Moisés Naím ha acuñado la ley de que es más fácil ganar el gobierno que mantenerse en él; por lo que, siguiendo su ley, sería previsible que este gobierno sea pronta víctima de su improvisación.

Expertos en marketing dirían que, si bien las consignas transmitidas en medios y los memes son importantes para inducir un estado de ánimo y opinión; si no hay liderazgos creíbles que las encarnen, no “pegarán” y no se harán sentido común. Teniendo políticos desgastados, bien poco pueden mover a la gente en uno o en otro sentido. Apuntan también que, mientras la prensa dé abundante espacio a la crónica roja, la peruana común y silvestre seguirá paralizada por temor de ser asaltada.

Los historiadores nos recuerdan que, si bien nuestros partidos siempre han sido clubes más o menos cerrados, hoy no tenemos los caudillos de antes; y sobre todo, el avance del alfabetismo la telefonía inteligente y las redes sociales, están formando peruanos menos ingenuos y más críticos que antes.

Esos estudiosos de la cultura que son los antropólogos, dirían que la pandemia y los muertos que trajo, han afectado tanto a las familias que la lógica del “sálvese quien pueda” ha ganado a la mayoría, por lo que el clasismo, el racismo y el machismo que nos separan se han reforzado. Que sólo quedan el cristianismo y la selección de fútbol como elementos que mantienen unidos a los peruanos.

Hablando con la frialdad de las cifras, economistas afirman que sólo puede movilizarse la clase media porque está informada y tiene tiempo libre para hacerlo. Que las víctimas de las crisis apostarán en las elecciones por cualquier político que les regale alimentos o ropa.

Todos vuelven sus ojos sobre los jóvenes y su capacidad de indignación y movilización, pero, igualmente, las miradas son discrepantes. Una maestra pregunta si estarán dispuestos a movilizarse cuando acaban de observar un político joven blindando a responsables de las muertes de Inti y Brian. Los sociólogos aclaran que no existe “la juventud” en abstracto, sino que ella está tan fragmentada como la sociedad en su conjunto; y hay jóvenes de derecha o izquierda y quizás una mayoría más interesada en fútbol y reggetón, que en peleas de políticos a quienes desprecian.

Lo que académicos, encuestadores y periodistas olvidan es que muchas veces esa chispa que ha encendido la pradera y ha generado un cambio en el curso de la historia de las sociedades, no ha dependido de la decisión racional de la élite de los ricos y poderosos que como se ha visto en estos años, no las tienen todas consigo, sino de gestos audaces y generosos de una minoría entregada a una causa, sin esperar un beneficio inmediato. Y que muchas veces, esa minoría de osados generan sus propios liderazgos. Tal vez estemos en esa etapa de germinación silenciosa que no será conocida hasta que no entre en ebullición. Estemos atentos.

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