Conocí a Juan Almuelle Angles, en tiempo y circunstancias que no recuerdo bien, presumo que fue en las primeras escapadas bohemias en Arequipa en los inicios del ’70, cuando nos veníamos al centro, por los rincones de Rivero y San Lázaro, y como no había un bar o un café de confianza se improvisaban algunas pequeñas viviendas como destino. Fue famoso en ello el “Cuarto de Rolo”. Demás está decir que las condiciones eran muy precarias, pero a nadie le importaba, lo importante era platicar, a veces se cantaba, nunca faltó una guitarra o una zampoña. No tengo dudas que un asiduo a esos encuentros fue Juanito, pues era vecino del barrio, y desde entonces se volvió un personaje muy popular. Un amigo cabal y un gran artista, en el arte más difícil de plasmar: el de vitralista.

Pasados pocos años, me volví a encontrar con Juanito en Lima. Me hospedé en una casa en Jesús María, donde él también rentaba parte de ella con otro amigo y compañero, Miguel Incio. Fue en la época en que colaboraba con el diario de Marca, cuando éste marcaba la pauta de los intelectuales democráticos más destacados, (hoy serían tildados como caviares). Su suplemento, El Caballo Rojo dirigido por el poeta Antonio Cisneros, era el mejor medio cultural del Perú. De ese tiempo, recuerdo una escultura del Quijote en vidrio, en tamaño natural, obra de Juan. La tenían en un restaurante muy concurrido en la bajada de baños de Barranco. Años más tarde sería el propio Juan quien personificaría al Ingenioso Hidalgo en un evento público, por el 5to, Centenario del encontronazo de América.

Como vitralista era inigualable en Arequipa, tenía su propio taller. Vi un hermoso lamparón en un restaurante muy singular, que se llamaba Wayra Suiza, por Sabandía. Nunca volví a ver una lámpara más hermosa, ni la de la catedral se le comparaba. En ese restaurante Juan llegó a ser un administrador y un maitre. Más tarde los conocimientos de gastronomía y bebidas sirvieron para asumir temporalmente el café restaurante de la UNSA, El Búho, que se tornó punto de encuentro de artistas e intelectuales; Juan era un brillante anfitrión. Precisamente, durante la gestión de Juan Manuel Guillén, se encargó de habilitar las salas del complejo Chávez de la Rosa.

Con mucho ingenio y bajo presupuesto logró la mejor galería de arte de la ciudad; esto sirvió para que más tarde con Roxana Chirinos habilitaran la casa Blaisdell de La Estación como sede del Museo de Arte Contemporáneo de Arequipa y se quedaron a cargo de su administración durante varios años. Por supuesto que Juanito se reveló como un excelente curador de las muestras que regularmente se presentaban, además de posibilitar el crecimiento del acervo del mismo. Lamentablemente ese extraordinario esfuerzo y cariño a la creación artística, hoy se ha perdido.

Juan siguió trabajando en el enriquecimiento cultural de la Universidad de San Agustín. Un tiempo estuvo en el Museo, después en la Dirección Cultural Universitaria. Pese a los años, y a los males en su salud que se iban acrecentando, y enfrentando muchas veces la mediocridad y la desidia de algunas autoridades Juan siguió batallando por preservar el prestigio y la actividad cultural, no sólo de la UNSA, sino también de la ciudad; una muestra de ello fue el Festival del Libro que durante varios años apoyó a Misael Ramos, sacando fuerzas de su frágil organismo. Cuando estuvimos en la gestión del Centro Histórico, Juan nunca dejó de aportar con ideas e iniciativas, que ayudaron mucho a preservar el patrimonio de Arequipa, ejercía una desinteresada labor de control, de las irregularidades que afectaban la arquitectura y el paisaje urbano.

Juanito era el hombre de mil oficios, polifacético, artista, gestor cultural, museólogo, escenógrafo, actor; en realidad, era principalmente un filósofo, de formación humanista, de esa categoría que no se aprende en las universidades, sino de alimentar el espíritu, con conocimiento y criterio del bien común, con la fuerza de la sabiduría colectiva, de las comunidades andinas, por sus ancestros puneños, pero ubicado en una realidad local e internacional que le dieron una solidez moral, y por ello, una autoridad de maestro. Pero sobre todo Juan era un amigo del pueblo, del pobre o del rico, de los jóvenes o viejos, de extranjeros visitantes, o de nativos andinos, y eso fortaleció su compromiso con las causas más justas, con las acertadas iniciativas de gobierno, manteniendo siempre una honestidad a toda prueba y un sentido de la ética ejemplar.

Los últimos años Juanito estaba muy afectado por varios males de salud, pasaba noches enteras sin poder dormir, apenas podía movilizarse, caminaba con dificultad. Pero a pesar de ello conservaba el humor y la dignidad de un patriarca bíblico. Hizo mucho por esta ciudad, pero la ingratitud en los círculos oficiales siguió siendo una constancia. No hubo un reconocimiento, ni buscó protagonismo. Bastaba alegrarse por los buenos resultados, ese era su premio. Su débil organismo, no resistió y hace una semana Juanito se nos fue. Tuve el privilegio de ser su amigo, y me siento conmovido por su partida, y estaré siempre agradecido por los momentos y circunstancias que compartimos. Querido Juan fuiste único, de una grandeza humana difícil de equiparar. Tu bonhomía, tu bondad, tu sencillez, y tu indignación ante la injusticia y el abuso, como el drama de Gaza, nos alimentaron el espíritu. Gracias querido Juan. Hasta pronto.

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