Cartas por el Día de la Madre

            —Yo le escribía muchas cartas a mi hija desde que ella era pequeñita —te cuenta Nancy invadida por una extraña añoranza de madre.

            —Es un bonito gesto —le dijiste tratando de elogiarla—. Además, a ti te encantan las cartas.

            —Lo que no sabes es que eran cartas imaginarias.

            —¿Cómo que imaginarias, Nancy?

            —Le escribía cartas a la Adrianita haciéndome pasar por su papá… que se había desentendido de ella desde que supo que yo estaba embarazada.

            —Ah, ya entiendo. ¿Y qué cosas le ponías?

            —Le contaba que estaba en la selva o trabajando duro en un puesto fronterizo y ahorrando para poder ir a verla y para darle la mejor educación posible, cosas así.

            —Y te inventaste un papá a la altura de la inocencia de tu hija, como diría Oswaldo Reynoso.

            —Todos nos merecemos un buen papá y sobre todo una buena madre…

—¿Y tu hija qué piensa sobre su padre?

—Lo quiere, a pesar de todo. Me dice: “lo quiero, pero no lo amo como a ti, mamá”.

—Y cuando empezó a crecer, ¿qué pasó con las cartas para la Adrianita?

—Cuando se murió su perrito Tigro, ambas sufrimos muchísimo, por eso también me inventé una carta de despedida…

—¿El perro le envió una carta?

—Sí.

—¿Desde dónde?

—¿Desde dónde más, pues? O desde el cielo de los perritos, allí donde también está tu perrita Martina.

Te quedaste callado, harto de tanta tontería. Pero le hiciste una pregunta más:

—¿Y por qué a mí nunca me escriben mis mascotas?

—Porque te falta fe. Si tuvieras fe, tu vida sería mejor. ¡Tienes que creer! Y también recordar: nunca has escrito sobre la Martinita.

***

—Solo le faltaba hablar —había sentenciado tu madre antes de que la veterinaria le informara que sólo quedaba sacrificarla—. Es mi última hija y mi mejor compañera de la pandemia, de mis angustias y soledades… no me equivoqué cuando decidí bautizarla con mi segundo nombre.

Tu mamá ha prometido que luego de Martina no vendrá nadie más, a pesar de que tu papá repite que una mascota es “indispensable” en cualquier hogar que quiera alejar la soledad, el silencio y las penas. Hasta el día de hoy, ella ha cumplido la promesa.

Todo se trastocó en octubre del 2023, cuando ella, la adorada perrita albina, convulsionó por primera vez a medianoche. Tu madre llamó desesperada a tu papá mientras ella grababa con su celular el ataque de Martina que duró casi diez interminables minutos. Inmediatamente, tu mamá le envió, por WhatsApp, el video al veterinario. El lunes por la mañana la llevó para hacerla revisar. Fue un ataque epiléptico que se repitió en la clínica veterinaria y espantó todavía más a tus padres. Le hicieron exámenes de sangre a la perrita y le descartaron el distemper. Después la sometieron a diversos exámenes neurológicos.

            —¿Tus hermanos me creerían si les digo que ando buscando contigo marihuana en el centro de la ciudad? —te preguntó quizá sorprendida de lo que uno hace por sus mascotas.

            —Es aceite de cannabis —le respondiste—. Y se lo han recetado para evitar los ataques epilépticos.

            —Yo no la quiero ver drogada —reponía ella entristecida.

            —La Martina va a mejorar —le dijiste como para animarla, aunque sin éxito.

            —No —repuso ella—. Mi hija se va a morir.

***

A fines de 2023, a la perrita nívea la anestesiaron antes de hacerle una costosa resonancia, pero que tu madre no duda en pagar. Ella le pidió a Nancy que la acompañara.

—¿Sabes qué me dijo la madre del veterinario, Nancy?

—Cuénteme, señora Sarita.

—Que la deje morir a mi Martina: “es sólo una perra, no es un ser humano”… Así me dijo esa mujer desalmada. ¿Cómo la mamá de un veterinario puede decir eso? ¿No es un sinsentido?

—Quizá no —le dijo Nancy—. Esa puede ser la razón que hizo a su hijo abrazar la medicina veterinaria: tener una mamá que no quería a los animales…

            Se quedaron calladas durante unos minutos. Luego tu madre le soltó un secreto:

            —¡Ay, qué mala suerte! Primero, la Martina… y luego yo que estoy con tantos achaques… creo que ella se ha puesto mal porque sabe que yo también estoy delicada… mi perrita no quiere quedarse sola.

            —No hable así, usted. ¡Todo va a estar bien!

            —Es lo mismo que yo siempre les digo a mis hijos…

            —¡Tenga fe, señora Sarita!

            Le dijo “fe”. Y es precisamente algo que tu madre siempre tuvo y ¿para qué? Quisieras ir a preguntarle si todo su esfuerzo, el amor y la dedicación valieron la pena. También quisieras saber si todavía tiene arrestos de fe y si sigue rezando el rosario a las cinco de la mañana. Nancy sabe muy bien que tu madre sufre de igual forma por sus cuatro hijos. Ocurre que a ti te tiene más cerca y no en otro continente, por eso está más atenta a todo lo que te pasa. Tu hermano te apoda, con descomunal envidia y a tus espaldas, “el Príncipe”; y, la verdad, no te molesta el apelativo porque tú de niño eras un seguidor del sensacional jugador uruguayo Enzo Francescoli.

Además, como él dice, uno no puede escoger a la familia. Pero Martina —al igual que tus anteriores canes—, entre todos tus hermanos, siempre te eligió a ti.

            —Tu mamá quiere verlos felices a todos antes de morir —te anuncia Nancy.

            —¡Ella no se morirá! ¡Nunca más vuelvas a decir eso!

            “Mamá”, piensas, “¡tú eres inmortal!”.

            Cierras los ojos y la buscas desesperadamente. Siempre que tienes miedo (o raptos de locura) la buscas. Cuando crees que por fin perderás el juicio piensas en mamá y te calmas, te sosiegas. Es por ella que no abdicas.

            —Ha pasado el tiempo, hijo —te dice mamá.

            —Sí. Se pasó muy rápido.

***

            —¿Te arrepientes de algo? —le preguntaste en el Año Nuevo del 2024 para que ella hurgara en sus recuerdos.

            —De lo único de lo que no me arrepiento es de haber sido tu mamá.

            —Tú eres mi tabla de salvación.

            Se abrazan. Lloran. Se brindan gestos de ternura que rompen la barrera del tiempo. Martina ladra y mueve la cola entusiasmadísima, cualquiera creería que nadie está enfermo. Cualquiera diría que el amor es más fuerte, ¡la mejor droga del mundo!

            —La Martina se da cuenta de todo —dice tu madre acariciando a la perrita—. ¿Me querrá más que mis hijos? ¿Qué nos diría si pudiera hablar? Solo le falta hablar, nada más.

En la primera quincena de enero de 2024, luego de su último ataque epiléptico, Martina quedó ciega y dejó de reconocer a todos. Decidieron dormirla para evitarle un innecesario sufrimiento. Con la lampa que te dio tu padre, cavaste el hoyo en el jardín de tu casa (al lado de tus otros perritos muertos): Didí y Zico. Luego hiciste hacer la lápida con un mensaje sencillo: “Aquí descansa la última hija de mi madre: la señorita Martina”. Sí, acabas de perder a tu hermana menor y nadie la podrá reemplazar. Ella forma parte de la familia que sí se puede elegir.

A la familia no se la elige. Yo sí te elegí a ti, mamá. Y viceversa.

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