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El papa Francisco aterrizó este viernes al mediodía en Bagdad, donde ha comenzado un viaje de tres días a través de seis ciudades. Una expedición arriesgada por la crisis sanitaria y de seguridad en la que se encuentra sumida el país, pero de enorme transcendencia política y espiritual. “Una obligación hacia una tierra martirizada desde hace años”, especificó ya a bordo del avión papal ante los periodistas. El pontífice, el primero que visita el país, busca acercarse a las minorías cristianas de Irak y, al mismo tiempo, tender puentes con el islam chií a través de uno de sus principales líderes: el gran ayatola Al Sistani. En el aeropuerto lo esperaban el primer ministro del país, Mustafa al Kadhimi, y una delegación del Gobierno. Luego se trasladó al palacio presidencial a bordo de un blindado —algo inusual en él—, donde lo recibió el jefe de Estado, Barham Salih.

La cita más importante está programada para hoy sabado, cuando se verá en Nayaf con el líder espiritual de los chiíes de Irak (alrededor de un 60% de la población) y una de las figuras más influyentes del chiísmo en el mundo: el gran ayatola Ali Sistani. El programa oficial la describe como una reunión de cortesía. Pero su magnitud trasciende lo meramente protocolar. Sistani, de 90 años, no aparece en público y apenas recibe visitas. Desde que Sadam Husein fue derrocado, se ha convertido en una de las figuras de referencia del país. No se sabe si se firmará un documento conjunto como el que supuso el acuerdo sobre la Fraternidad Humana para la Paz en el Mundo que elaboró en 2019 con el jeque Ahmed al Tayeb, gran imam de Al Azhar y la más alta autoridad suní. Pero el encuentro ha sido altamente apreciado por la comunidad chií, cuyas milicias han suspendido cualquier acto bélico durante la visita del pontífice.