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La nuestra es una nación caminante. Lo supe ayer cuando la procesión del Señor de los Milagros atravesaba el barrio de Lavapiés en Madrid. Iba yo al lado del párroco de la iglesia de San Lorenzo, Juan José Arbolí, y unos mil peruanos venían tras de nosotros.

Graves rostros morenos y pasos lentos caminaban tras las andas de ese Cristo peruano. En la calle, todo era rumor de guitarras y estrépito de cajoneadores, aparte del humo producido por los anticucheros.

¿Se había trasladado el Perú a Europa? Creo que sí. Los inmigrantes en cualquier nación, a pesar de entrar a escondidas, se traen consigo sus cultos nacionales y acaso esconden en el corazón el reloj público, la cantina, los familiares, los amigos, el perro, ciertos atardeceres, los recuerdos del amor y una eterna nostalgia.

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El Señor de los Milagros también es inmigrante, y no tan solo de ahora. Fue pintado en una pared en 1651 por un esclavo que había llegado de Angola. Sus compañeros de infortunio comenzaron a rendirle culto de inmediato. Acaso no veían en él al Mesías torturado sino a los orishas, aquellos fantásticos dioses de su África nativa que habían cruzado el mar para amparar a sus hijos.

Como es sabido, los africanos eran cazados en uno y otro lugar de su inmenso continente. Encadenados unos contra otros, no podían hablar porque no tenían un idioma común, pero se comunicaban con movimientos de danzas rituales de su religión nativa.

La Inquisición y las autoridades coloniales, por criminal intolerancia, trataron durante 200 años de extirpar ese culto. Según la leyenda, los albañiles que intentaban borrar la santa imagen eran repelidos por una fuerza sobrenatural. Al final, triunfaron esa efigie y los inmigrantes.

Al igual que los esclavos africanos, rindo homenaje al hombre que murió torturado por amar y desear la justicia. Creo que los hombres y las mujeres de mi tiempo, que han sufrido igual que él por lo mismo, merecen igual cariño.

La iglesia de San Lorenzo de Madrid está edificada sobre una antigua sinagoga desde el tiempo de bestial antisemitismo en que se persiguió el culto de los judíos y se destruyeron sus oratorios. Y sin embargo Dios (que es de todos) ha sobrevivido.

Creo que el Señor de los Milagros, caminando por Madrid, tiene los mismos zapatos, la misma resistencia y el mismo valor de los inmigrantes, y siempre les dará la victoria.

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