“Play” (Mute, 1999) es un álbum que, a la primera escucha, te va a gustar. ¿Por qué tiene este disco esta inusual característica que lo ha convertido en ya un clásico de la electrónica y del muestreo? He aquí dos razones:
1. “Play” fue una grabación artesanal y minuciosa de la que el propio Moby se encargó, encerrado en casa durante dos años. Su anterior trabajo, “Animal Rights”, de 1996, había sido un estrepitoso fracaso y Moby había considerado seriamente el fin de su carrera musical si “Play” también fracasaba. Así que era un momento crucial para el músico. Un año antes, en 1998, su madre había muerto después de una penosa enfermedad. El libro de memorias de Moby, “Porcelain”, editado en 2016, se abre con un recuerdo lejano: él mirando a su madre que alisaba la ropa recién salida de la lavadora mientras fumaba y la parpadeante luz de los fluorescentes le bañaba el serio rictus de concentración. Y se cierra con otro: Moby ya adulto, quedándose dormido hasta altas horas de la mañana y corriendo a toda prisa para no perderse el funeral de su madre. Estos recuerdos dan cuenta de la importancia vital que tuvo Elizabeth McBride en la vida y en la formación de su hijo (habida cuenta de que el padre murió cuando Moby tenía sólo dos años de edad). Podríamos decir que la vida de Moby, antes de su repentino estrellato en el nuevo milenio, fue una continua odisea de penurias y de sinsabores que lo empujaron a la resiliencia y a una filosofía de vida muy personal. Precisamente en el insert de “Play” encontramos un largo ensayo acerca de los temas que en aquella época le obsesionaban: política mundial, medioambiente, ecologismo, veganismo… “Play” es una especie de testamento de un hombre que juega todas sus fichas a una sola carta. Ahora bien, el álbum no es esencialmente triste como el contexto en que fue creado nos podría hacer suponer. Unos años más tarde, en una entrevista para la revista Rolling Stone, Moby declaró que, a pesar de los golpes que vivió en aquel tiempo, la era Clinton le despertaba esperanzas y las relaciones bilaterales con el gobierno ruso, especialmente las misiones de paz compartidas en Bosnia y Herzegovina, parecían apuntar hacia un futuro sostenible. Desgraciadamente este optimismo recibió un jarro de agua fría pocos años después, durante el nefasto gobierno de Bush; pero en aquel entonces unos pocos destellos de convivencia razonable se atisbaban en el mundo y “Play” los expresa a su manera, con vibraciones góspel que nos suenan a redención y a esperanza.
2. La segunda razón por la que “Play” fue un asombroso fenómeno mundial se centra en sus pegadizas melodías provenientes no del sampleo o del uso indiscriminado de software y sintetizadores, sino de las más profundas raíces americanas. “Play” hunde sus cimientos en las investigaciones de campo del etnomusicólogo Alan Lomax, quien desde los años cuarenta se entregó a la prolífica labor de recopilar melodías, tonadas, espirituales, blues, all that folk, en general, para su difusión y preservación. Lomax viajó por todo Estados Unidos recogiendo diversas sonoridades, pero hizo un trabajo más puntual y valioso en el Delta del Misisipi. Así como “Animal Rights” fue un álbum que, a trasluz, dejaba ver su sello hardcore; “Play” es un álbum con un marcado sello blues. Por ejemplo, “Why Does My Heart Feel So Bad?” es un blues notorio como la copa de un pino. ¿Y qué decir de “Natural Blues”? Claro, hay otros temas que se alejan del grassroots, como por ejemplo “Machete” donde Moby parece rendir homenaje al estilo leftfield de Underworld, pero si aplicamos un lente de aumento en las composiciones de “Play” comprobaremos que el blues, el góspel, los espirituales y todas esas melodías recopiladas por Alan Lomax, osmóticamente, se esparcen por todo el álbum.
Hace veintiséis años Moby liberó de derechos su producción, convirtiendo así “Play” en un álbum demasiado presente en el mundo entero. Yo creo que esa sobreexposición del álbum es lo que generó algunos rechazos viscerales. Mucha gente asoció “Play” a las marcas de coches o de cigarrillos que lo utilizaron en sus anuncios publicitarios. Muchos sintieron que Moby había banalizado la música electrónica y pensaron que el licenciamiento de derechos conduciría la creación musical al infierno del gusto masivo. No ha sido así. Desde el lanzamiento de “Play”, Moby ha venido creando verdaderas maravillas musicales (el disco “Play: The B Sides”, es decir, las tomas descartadas de “Play”, fue lanzado en 2000 y es una gema del ambient que merece difundirse más).
Veintiséis años después, la hibridación entre el sampleo electrónico y el blues puede parecernos un procedimiento simple. Hay puristas que incluso han hablado de “desnaturalización” del blues y de saqueo de un músico blanco de los bienes culturales de los negros. Lo cierto es que el sentir del nuevo milenio, el fenómeno de la posverdad, el fin de los medios tradicionales de comunicación, el imperio de lo digital, todo eso que vivimos hace dos décadas, tiene un perfecto soundtrack: “Play”.