Super Mensajes

Estimado lector, esta no es una columna en defensa del periodista Gustavo Gorriti, quien en las últimas décadas y a la caída del fujimorato y la ascensión del toledismo ha sido y aún lo es —a través de ese partido político/ONG llamado IDL— uno de los hombres de prensa más poderosos del país y protagonista principal en la guerra de religiones y excomulgaciones cuyo cenit fue la elección de un inepto Pedro Castillo.

Escribo esta columna porque semana a semana la agenda nacional no puede girar alrededor de un periodista que si bien —como lo digo líneas arriba— es todavía un protagonista político, no debe merecer la atención principal de la clase política en general, sobre todo cuando los problemas sociales y económicos de la nación se acrecientan a pasos gigantes. Ahora bien, si Gorriti es todavía un tema de conversación en las mesas y en los platós de televisión, al punto que líderes políticos, analistas y otros periodistas debaten sobre el personaje en cuestión, es más por debilidad de estos que por fortaleza de Gorriti.

Se me dirá que de alguna u otra manera está justificado que Gorriti esté en la agenda del debate nacional porque es parte de un sector y grupo ideológico con vocación estatalista y que aún controla parcelas de poder en el Ministerio Público y en otras instituciones; no obstante, no justifica que el Perú se someta cada semana a lo que hizo, hace o deje de hacer quien fuera el brazo periodístico del toledismo.

Si hoy algunos partidos y líderes políticos, tanto en el Congreso como fuera, se someten a la “agenda Gorriti” es porque francamente no saben hacer política. Gramsci decía que los partidos políticos son los “modernos príncipes”, un claro reconocimiento al poder que tiene un partido político en la sociedad para dirigir y ejecutar planes y programas. ¿Qué es un periodista frente a la capacidad y potencia de un partido político?

Lo que el país exige de los líderes políticos y sus respectivos partidos es que presenten, debatan, consoliden proyectos nacionales para la modernización del país, propuestas contra la criminalidad organizada o contra la minería ilegal, pactos anticorrupción y reformas en el Estado. Nada de eso hay. Keiko Fujimori se enfrasca en una absurda pelea nimia acusando de un seudomonopolio a una cadena de farmacias, según ella para reposicionarse, pero para eso ya está Antauro. Y el gobernador Cesar Acuña apenas si puede repetir un verso entero de Vallejo. Eso es lo que tenemos.

Gorriti ha aprovechado que en el universo político actual haya planetas que se pretendan estrellas; con viveza periodística ha logrado aglutinar poder frente a líderes políticos que no entienden toda la potencia que puede irradiar un partido político si se le entiende como un “moderno príncipe”.

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