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El 26 de julio pasado, un grupo de soldados de la guardia presidencial de Níger se amotinó contra el presidente electo, Mohamed Bazoum, y tomó el poder. Las potencias extranjeras condenaron el golpe, encabezadas por Francia, país que mantenía una relación especial con Níger y con todas sus excolonias del oeste africano y del Sahel (una zona ecoclimática que va desde la costa de Mauritania con el Atlántico hasta el Mar Rojo de Egipto).

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La realidad de la región del Sahel es que desde 2020 sus países se van transformando en dictaduras: en 2020 Malí; en 2021 Chad, Guinea, Burkina Faso y Sudán (el único de estos países que fue colonizado por Reino Unido),y, recientemente, Níger.

Lo común a la mayoría de estos golpes es la justificación de los militares alzados que culpan a los gobiernos derrocados y a sus aliados, especialmente a Francia, de no controlar al terrorismo islamista de Al Qaeda, del Estado Islámico y otras bandas criminales, razón por la cual ya en Malí y Burkina Faso se encuentran los mercenarios rusos del grupo Wagner. Los golpistas de Níger también están pidiendo a Putin la presencia de este grupo a cambio de la venta, a precio especial, de su más preciado producto de exportación: el uranio.

Por un lado, Francia está pagando el precio histórico del imperialismo y del abuso de los recursos de sus excolonias. China lleva años adentrándose en el continente más pobre y olvidado construyendo megaobras y saqueando sus recursos con inversiones altamente contaminantes a cambio de un endeudamiento de más de 153 millones de dólares que prácticamente ninguno de sus países puede pagar (¿qué le pedirán a cambio en el futuro?) y Rusia gana influencia a cambio de ayuda militar.

Cambia el cliente, pero no las intenciones, sustituyendo al neocolonialismo francés con el neo-neocolonialismo asiático. Triste es el destino de la muy sufrida población africana.

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