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Tres amenazas potencialmente letales se le aparecen en el horizonte a Dina Boluarte. Las dos primeras son a muy corto plazo: la asonada que la izquierda quiere montar en la estratégica Lima este 19 de julio próximo y la elección del nuevo presidente del Congreso a fines de este mes. Si bien no se perciben muchos ánimos revoltosos en la capital, en el eternamente alharaquiento y rencoroso sur de hecho van a darse incidentes violentos, más aún con el malhumor que está generando allá un muy mal año agrícola por este Niño. En cuanto a la nueva Mesa Directiva parlamentaria, no sería imposible que se forme una coalición entre rojos, acciopopulistas provincianos radicalizados, podemistas y sinvergüenzas que pueda colocar a uno de estos en la presidencia del Congreso, un personaje que quedaría a tan solo un paso de reemplazar a un gobernante tan impopular y débil como Boluarte. La otra amenaza que se adivina es a mediano plazo, pero ya se está sintiendo con estos calores invernales: un fenómeno de El Niño inusualmente intenso. Este tan cálido invierno costeño estremece, pues a los más viejos nos recuerda aquellos dos meganiños que experimentamos en 1983 y 1998. Mientras que el PBI cayó 12 puntos en 1983 y dejó moribundo al segundo belaundismo hasta su salida en 1985, muchos negocios y bancos (Latino, Norbank, República, Banex, Nuevo Mundo) quebraron en 1998. Y bancos grandes como el Wiese y el Interbank se salvaron por un pelo. El primero porque fue adquirido providencialmente por el grupo italiano Sudameris (dueños a su vez del Banco de Lima),y el segundo porque se optó por inmolar al más pequeño Latino para salvar al Interbank con el traslado de su cartera fiel de ahorristas. Ciertamente, hoy el país es muchísimo más fuerte (gracias básicamente a la odiada minería): el PBI jamás caería así ahora y no habría ninguna quiebra en un sistema bancario mil veces más sólido. Pero sí sentiremos un impacto económico severo. ¡Dina debe vivir ahora mirando al Senamhi y a Abraham Levy!

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