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Las mejores comedias son aquella que, con caricaturesca precisión, reflejan el desequilibrio de las relaciones humanas. Y “El buen patrón” hace lo propio con el desequilibrio social. Para ser más exactos, con la desigualdad que existe entre Julio Blanco, el dueño de una fábrica de balanzas interpretado por Javier Bardem, y su personal.

A una semana de recibir la visita de los representantes de una certificación internacional, un ex empleado acampa fuera de la fábrica para exigir su reincorporación, el jefe de producción sufre una crisis familiar y una practicante llega a moverle el piso a Blanco, que deberá recurrir a todas sus artimañas para salir airoso.

Esa es la sinopsis de esta comedia plagada de peripecias, que se llevó seis premios Goya en febrero último. Entre ellos, el de Mejor Película, Mejor Dirección, para Fernando León de Araona, que también ganó el de Mejor Guion, así como Mejor Actor, para Javier Bardem.

En la variedad está la risa

Para describir al protagonista de “El buen patrón” podemos recurrir a una símil que él mismo usa: es el padre de una gran familia, por quienes debe velar. Y en muchos pasajes de la película lo es, pues se preocupa por ellos y trata de encontrar soluciones a sus problemas. Aunque siempre queda la duda de si lo hace por el bien de ellos o de su empresa.

En ese sentido, la actuación de Javier Bardem logra transmitirnos esa ambigüedad. Se trata de un hombre entrando en los sesenta años, cuyo tono de voz y gestualidad son los de un padre benévolo, que hace de todo por el bienestar de sus subalternos, al menos hasta la visita de los certificadores.

Pero es en la interacción de Blanco con la variedad de personajes que lo rodean donde está el mayor acierto de esta comedia. La practicante Liliana, interpretada por una impecable Almudena Amor, tratará de seducirlo, recurriendo a una mezcla de inocencia y audacia; mientras que su amigo de la infancia Miralles, encarnado por Manolo Solo, abusará de su cercanía.

Otros personajes que le dan pluralidad de la cinta son el portero Román, quizá el que tiene mayor peso humorístico; el viejo Fortuna, que representa el lado dramático de la cinta; el despedido José, que se atrinchera testarudamente a las afueras de la fábrica; o el inmigrante Khaled, que, pese su condición de extranjero, no se amilana frente al jefe.

Una comedia de tensiones

Las dos horas que dura “El buen patrón” se pasan realmente rápido, por la variedad de personajes y la forma como se distribuyen sus diferentes historias (no es raro que la película también ganara el Goya a Mejor Edición).

La mano de Fernando León de Aranoa, como guionista y director, es también patente en la variedad de peripecias y sus respectivos (e inesperados) desenlaces. Y ese es otro punto fuerte de la película: nos lleva de un lado a otro, sin descanso, haciéndonos partícipes de la tensión dramática que se va creando y que solo el humor puede ayudar a relajar.

En resumen, “El buen patrón” nos hace reír, pero sin alejarnos de la realidad, sin deformarla demasiado. Más bien, nos muestra distintos aspectos de las relaciones laborales, con la cuota de incertidumbre que todo acercamiento conlleva. Esto la hace una comedia (muy) humana.

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