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Por estos días de calificaciones internacionales sobre el comportamiento de nuestra economía, se puede encontrar en la diversos análisis de expertos en el tema proyecciones respecto a lo que nos espera en lo que queda del 2024, tras los últimos meses en que se registró una fuerte contracción, hoy tenemos certeza que habrá crecimiento. Poco o mínimo, pero crecimiento al fin y este es mérito, con hidalguía lo digo, a la firmeza en el manejo económico por parte del gobierno y por su puesto al empuje, coraje, fe y perseverancia del empresariado nacional que nunca se saca la camiseta blanquirroja.
Los pronósticos acertaron y lo real es que el producto bruto interno (PBI) sí crecerá este año, ya sea por el “efecto rebote”, luego de registrar recesión, o también por las medidas ejecutadas por el Gobierno para impulsar la productividad, apoyar a las empresas y captar más inversiones.
Es probable que estos vaticinios se aproximen a lo que realmente sucederá. Sin embargo, es ineludible también incluir en el análisis la variable de la política. La volatilidad en ese ámbito es, sin duda, un factor del cual la economía ya no puede escapar más, como ocurrió durante varios años. Desde hace casi dos décadas, mientras la política salía de una crisis para entrar en otra, la economía se mantenía incólume, con tasas de crecimiento superiores a las de otras naciones de la región más estables y sin alborotos políticos como los que usualmente sufrimos en nuestro país.

Economistas internacionales han coincidido en que la influencia de la inestabilidad política de nuestro país tiene mucho que ver con las cifras de crecimiento económico y en el flujo de inversiones, por lo que las instituciones democraticas del gobierno están en la obligación de concertar bajo un objetivo común para detener de una vez esa sensación de pugna entre poderes del Estado, que solo debilitan la imagen comercial y económica del Perú en el exterior. Se debe parar el constante asedio contra las instituciones por parte de sectores que usan su poder e influencia para intentar captarlas. Hechos de esa naturaleza no deberían ser obviados porque la aproximación a la realidad pierde objetividad y, sobre todo, rigurosidad.

Con justa razón, la salud de la economía concita gran atención y es una de las principales preocupaciones de la población, ya que su marcha impacta claramente en el bienestar y calidad de vida de todos los peruanos. Por ello, corresponde decirles a la ciudadanía con sinceridad que si la economía no camina como todos esperamos se debe no solo a la pésima gestión de un anterior gobernante, al fenómeno El Niño, a la presión inflacionaria o al contexto internacional adverso. Eso se explica también debido a la desconfianza que genera la inestabilidad causada desde los sectores que en teoría están llamados a apoyar los esfuerzos por construir un entorno más favorable para el crecimiento.

Será más difícil captar inversiones al mismo tiempo que las instituciones son arrasadas o cuando se desconocen decisiones de tribunales internacionales a los que el Perú está adscrito. Si queremos avanzar en economía, tenemos que hacerlo también en institucionalidad y en respeto a las reglas de juego democráticas.
Una vez más es momento de buscar la sincera concertación. Deshacerse de intereses politicos para preparar para lo que queda de gobierno una agenda política con el objetivo de mantener y afirmar el crecimiento económico del país. Estabilizar al país económicamente es asegurar el bienestar de las clases más deprimidas. Y ese es un compromiso que no debe tener tinte político ni prerrequisito. Pues siempre primero debe estar el Perú. Hasta la próxima semana mis amigos de Primera.