La última gran crisis histórica que el negocio familiar de los Rosselló viene superando es la pandemia por el nuevo coronavirus. Hoy se encuentran en mejor situación que en junio, recuperándose del golpe que les propinó el cierre del mundo. Afortunadamente, pues experiencia en surfear tsunamis tienen. Aquella que se han ganado al permanecer 150 años en el mercado de los acabados como el mármol, las piedras naturales y los mosaicos, entre otros. Así, lucharon con éxito por subsistir durante la guerra del Pacífico, la recesión económica de la década del 30, el terrorismo. El tiempo lo explicaría. En la genética de las seis generaciones que han dirigido la empresa perduran dos virtudes que son esenciales para estar vigentes: visión y entusiasmo por el cambio.
La historia de este clan es cautivadora y poco conocida. La original marmolería Lorenzo Rosselló y Cía. funcionaba en Palma de Mallorca, España, a fines del siglo XIX. Esta llevaba el nombre de su dueño, padre de tres hijos: Antonio, Jaime y Pedro. Son los dos últimos quienes deciden “hacer las Américas” con el fin de expandir el negocio. Pasan por Paraguay y Bolivia, donde se queda el primero de ellos. Pedro, finalmente, arriba al Perú en 1870. Es él quien establece la compañía que en el 2020 posee todavía tres tiendas en la capital. Entonces, sin embargo, esta nacía como un modesto taller de escultura y de mármol.
“Primero lo instala en la pileta de La Merced, pero luego abre una tienda en el Jirón de la Unión. Ya existían dos marmolerías italianas en Lima, por lo que al inicio no le fue tan bien. No obstante, ocurrió la guerra con Chile. Esta, que fue una desgracia para el Perú, generó una gran demanda de mármol para la edificación de mausoleos y lápidas. Es por eso que salimos a flote”, detalla Diego Rosselló, presidente del directorio, trabajador jubilado de la empresa y quinta generación a cargo del sueño de don Lorenzo. Su hija María Luisa, perteneciente a la sexta ‘promoción’ y actual jefa de Marketing, acota para Somos que muchos de los mausoleos del cementerio Presbítero Maestro están hechos con la piedra de la familia, así como monumentos repartidos por la ciudad, como la célebre estatua del libertador San Martín en el cruce de la avenida del mismo nombre y Sáenz Peña, en Barranco.
Pedro, prosigue hoy Diego, tiene dos hijos: Lorenzo y Francisco, quienes siguen con el oficio de sangre. Ambos son enviados a París para empaparse de tecnología en la gran feria mundial de 1900. Dos años después abren la primera fábrica de mosaicos de América Latina. “La familia siempre fue trabajadora, innovadora, con muy buenas ideas para la inversión y el desarrollo en cada época. Eso se ha heredado hasta ahora y explica por qué seguimos con las puertas abiertas siglo y medio después”, afirma él. Lorenzo, hay que mencionarlo, fue autor de dos esculturas muy apreciadas hoy. Una se halla dentro del Palacio Real de Palma de Mallorca –se dice que es la favorita de la reina Sofía–; y otra a la entrada del puerto de la ciudad. Se llama El hondero balear.
“Otra crisis que pegó duro fue la recesión de la década del 30. Recuerdo a mis tíos hablando de ello. Mi papá era muy pequeño, pero sus hermanos mayores tuvieron que dejar el colegio y ponerse a trabajar mezclando cemento porque no se podían contratar obreros. La fábrica trabajaba una vez a la semana de tan pocos pedidos que se hacían. Salir de esa costó bastante”, recuerda Diego, quien décadas después tuvo que lidiar en la dirección del negocio familiar con otra etapa crítica en el Perú: el terrorismo.
Sucede que, en los años 80, Sendero Luminoso los extorsionaba. Tanto, que tuvieron que cambiar de razón social para ‘esconderse’ de ellos por cuatro años. La marca tuvo que desaparecer. “Yo mismo sufrí un secuestro durante unas horas cuando intentaron robarse el camión que llegaba a la fábrica de Santa Eulalia con el sueldo de los trabajadores. No pasó a más, pero también fue un tiempo duro”.
Presente y futuro
A María Luisa, la única de la familia que hoy trabaja en la compañía, le tocó afrontar la pandemia. “Definitivamente, como a todos, esto nos golpeó. Tuvimos las tiendas y la fábrica cerradas por tres meses. Pero contamos con clientes y trabajadores fieles. Hasta el último momento quisimos pagarles el sueldo a los últimos. Cuando ya no pudimos, aplicamos la suspensión perfecta y luego los reintegramos a todos. Ninguno de los 75 tuvo que ser despedido. Gracias a Dios, estamos en el rubro de la construcción y este se ha reactivado, pero hemos tenido que modernizar nuestras operaciones. Seguimos haciendo trabajo remoto, cuidándonos todos”, puntualiza.
Para ella y su padre, el presente y el futuro del negocio familiar de 150 años tiene y tendrá que ver con estar siempre detrás, pero a la vez delegando. De ahí que este sea conducido hoy por un profesional que no se apellida Rosselló, pero con quien se comparte la misma mirada hacia adelante. La clave para ambos, ya sea 1870 o 2020, es moldearse en el tiempo para perdurar. //
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