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Ayer por la noche, antes del partido de la selección nacional de fútbol, los dos candidatos presidenciales culminaron su campaña a la segunda vuelta electoral. Keiko Fujimori en Villa El Salvador y Pedro Castillo en la histórica plaza 2 de mayo. Se cerró así una de los procesos más encarnizados de los últimos tiempos, en los que todo ha valido para descalificar al rival.

Mientras tanto, las empresas encuestadoras se alistan a dar sus últimos estudios en los que debe haber una pequeña diferencia de uno sobre otra. A juzgar por sus discursos de cierre, en los cuales ha predominado un tono más conciliador, a estas horas ambos deben estar pesándose de no haber sido lo suficientemente flexibles como para atraer al centro político.

Keiko debe estar preocupada porque sus pedidos de perdón y sus ofrecimientos de paz y amor a todos los peruanos resultaron extemporáneos respecto a su sectarismo partidarista y su falta de flexibilidad política, que la llevaron a rodearse de solo un grupete de incondicionales que la alejaron de la realidad. Solo en sus últimos viajes con los Acuña descubrió que, para muchos peruanos, el pluralismo es un valor que pesa más que el fujimorismo.

Pedro Castillo, por su parte, que tras la primera vuelta se sentía tan autosuficiente, acabó ampliando su círculo a otros sectores de izquierda en la medida que se iba dando cuenta que sus propias fuerzas y conocimientos no le bastaban para gobernar un país tan difícil como el Perú.

Como el personaje de la novela británica «La soledad del corredor de fondo» (1959),solo al estar al borde de la meta ambos candidatos deben haber repasado lo que hicieron bien y en qué se equivocaron y comprendido que los dos cometieron el mismo error, cerrarse en su propio segmento sin entender que cualquier presidente no solo debe tener legalidad sino también legitimidad y que con un país dividido es imposible gobernar.

Por ello, cualquiera que gane tendrá que abandonar su tono confrontacional y buscar consensos con otras fuerzas políticas, sobre todo las que están representadas en el Congreso de la República. Y que, para lograr ese consenso, las caras de los Galarreta o los Cerrón no sirven, porque empieza otra carrera, mucho más difícil que la que se cerrará este domingo.