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GUSTAVO ESPINOZA M.

 

Quien gane la elección de hoy en nuestro país y asuma la conducción del Estado el 28 de julio, podrá constatar lo que aludiera José Carlos Mariátegui en noviembre de 1924, cuando aseguró que la realidad nacional, está menos desconectada, y es menos independiente de la realidad mundial, de lo que suponen nuestros nacionalistas.

El escenario de ese año se confirma ahora con el fenómeno vastamente conocido de la Globalización, que genera intercambio, y mutua dependencia. Y pone sobre la mesa de los pueblos un tema insoslayable: la solidaridad para emprender exitosamente la lucha por el bienestar, el progreso y el desarrollo.

Si esto es válido para el complejo y mutante campus mundial; lo es más preciso en el área latinoamericana, donde gobiernos y pueblos, se ven precisados a reconocer hechos que hoy constituyen una suerte de mandato de la historia.

No se requiere ser un acucioso observador internacional para darse cuenta que a mediados del siglo pasado ocurrió en América un hecho que marcó época. Fue la victoria de los alzados en armas en la Sierra Maestra, y que a partir de enero de 1959 señalara el inicio de lo que se conoce hoy como la Revolución Cubana.

Antes de ese episodio que sólo gente muy necia podría ignorar, América Latina era una inmensa Despensa, en la que se guardaban las riquezas minerales y agrícolas que estaban a disposición de las grandes corporaciones, gracias a la voluntad obsecuente de administraciones dóciles al mandato de la Casa Blanca.

Desde entonces este continente, más precisamente desde el sur del rio Bravo hasta la Patagonia, pasó a ser un vasto campo de batalla en el que se sucedió la lucha de los pueblos, empeñados en recuperar sus riquezas básicas y dispuestos a entregar la vida de los suyos, por afirmar una ruta propia de Independencia y Soberanía.

Para evocar sólo episodios que marcaron hitos en la historia continental, habría que recordar el inicio de los años 70, cuando la prensa norteamericana habló por primera vez del “triángulo rojo” de América Latina como una manera de significar el concierto de procesos distintos unidos sin embargo por una voluntad común.

En ese entonces, el Perú de Juan Velasco, el Chile de Salvador Allende y la Bolivia de Juan José Torres, asomaron como el peligro principal para la dominación norteamericana en esta parte del mundo, y por eso fueron derrotados y aplastados.

Un modelo de dominación fascista impulsado por los militares brasileños del 64 y sustentado luego por las tesis expoliadores de Milton Friedman y los Chicago Boys, se hizo fuerte en la región a partir de la imposición de gobiernos asesinos.

Augusto Pinochet, Gregorio Alvarez, Jorge Videla, y a su manera Alberto Fujimori, establecieron regímenes oprobiosos en los que al saqueo de la hacienda pública corrió en paralelo a la crudelísima violación de los derechos humanos. Pero esa etapa sucumbió, ahogada en su propia sangre, y en su manifiesta incapacidad para entender los requerimientos de los pueblos.

El proceso emancipador, inspirado en el legado de Los Libertadores, asomó en el perfil de América desde fines del siglo pasado y se afirmó, no obstante la obsesiva campaña desatada por el Imperio y las oligarquías criollas.

Desde aquel 1998, cuando Hugo Chávez debió admitir que había sido vencido “por ahora”, esa experiencia marchó con victorias y derrotas en un proceso a modo de espiral, afirmando la esperanza. Y hoy lo tenemos vivo en un periodo en el que la batalla de las ideas pasa a la primera línea en la lucha por los intereses de los pueblos.

La confrontación, sin embargo, no es menos dura que antes, y en circunstancias concretas se torna incluso peor, como lo acreditara la experiencia boliviana entre noviembre del 2019 y octubre del 20. Y es que el fascismo ha perdido fuerza, pero no odio, ni ferocidad.

Lo podemos apreciar ahora en Colombia, donde el régimen de Iván Duque asesina, secuestra y tortura a diestra y siniestra, envileciendo y ensangrentando la vida nacional. Pero también en Chile, donde las fuerzas represivas del Estado disparan contra los ojos de los manifestantes, para cegarlos de por vida.

Pero en Chile y en Colombia avanza la lucha de los pueblos En la tierra araucana, por lo pronto, fue posible derrotar el legado del fascismo, y el país marcha ya hacia una nueva Constitución realmente democrática y popular, y también a una elección presidencial que marcará época. Y en la sabana colombiana, el siniestro dúo Uribe-Duque será finalmente vencido por el accionar de los trabajadores y el pueblo, que hoy mismo libra duros combates.

En tanto que eso ocurre, Cuba brilla con luz propia; Venezuela resiste el embate del Imperio y la Nicaragua Sandinista confirma su voluntad de victoria, haciendo frente a una aviesa campaña de desinformación desatada por el Impertio.

En este cuadro general, la política exterior del gobierno peruano quedará sellada por un compromiso. En un caso, ese será con los pueblos que miran al futuro; y en el otro, con el garrote del Imperio que signa el pasado. En nuestras manos, está la opción.