Super Mensajes

En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez (*)

Alan era Alan, el “caballo loco” que todos conocimos, pero matarse sin matarse raya con lo imposible. Allá, arriba, debe estar riéndose a toda mandíbula junto a Alfred Hitchcock enterado de la terrorífica impronta que circula aquí, abajo.
Para qué lo vamos a negar: Alan era un pendejerete de aquellos, inmenso, capaz de hundirle el fundillo a alguien de un zapatazo para abrirle paso a su ego colosal (¿o no, Jesús Lora?),pero, que sepamos, morir para vivir solo fue y es una exclusiva potestad del Cristo Redentor.
Ciertamente, Alan era un Dios partidario, un Dios irrepetible del discurso político (con paloma en mano),el mejor orador que parió la tierra de Perusalén, pero ese Dios terrenal un día decidió suicidarse de la mano con sus demonios y no hay vuelta que darle. Prefirió la otra dimensión a las esposas o barrotes porque no estaban a su altura.
“Alan se creía Dios. Dios no se entrega. Dios no se mata. Dios sobrevive”, alega el fantasioso Jaime Bayly para atizar la historia de que el setentón líder aprista dejó a un doble bañado en sangre, escapó por la azotea de su casa, voló en un avión supersónico y ahorita, mondo y lirondo, mira la vida pasar desde los Alpes suizos. De película, en verdad (pero no “Vivo o muerto, el expediente García”, que está en exposición).
La omnipresencia, la inmortalidad, la vida después de la vida de Alan afloraron con mayor fuerza después del balazo final, que también paró en seco a quienes le tendieron un cerco judicial. Insistimos, Alan era todo lo malo que dicen y no dicen, pero pasarse de vivo jugando con la muerte no estaba dentro de las competencias de su CV.
Además, su despedida borra cualquier guión maquiavélico porque la historia no viene sola. Y dice así: “…le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo, y mi cadáver, como una muestra de mi desprecio, hacia mis adversarios…”. El “demuéstrenlo pues, imbéciles” fue una advertencia adelantada.

(*) Periodista y Consultor de contenidos


“Escapó por la azotea de su casa, voló en un avión supersónico y ahorita, mondo y lirondo, mira la vida pasar desde los Alpes suizos”.