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Sebastián Piñera fue un buen político, y así lo reconocen varios de sus adversarios, comenzando por el actual presidente chileno, Gabriel Boric, quien fue su acérrimo crítico y rival desde las manifestaciones estudiantiles contra sus gobiernos y los dos de la centro-izquierdista Michelle Bachelet, quien lo ha elogiado tras su trágica muerte como un “un líder político que abrió camino a lo largo de toda su trayectoria a una derecha moderna, democrática, liberal, abierta al diálogo y a los acuerdos por el bien superior de Chile”.

Escribir un texto más sobre el legado político de un hombre de acción como Piñera en un continente tan huérfano de liderazgos pragmáticos que desvinculan su visión ideológica de su deber como hombres de estado no tiene mayor sentido. Son pocas las personas que entran a la política y se mantienen como mensch, una palabra del idioma que hablaban mis abuelos judíos polacos y rumanos, el yiddish (un lenguaje que mezcla hebreo, alemán y algunos términos de otros idiomas de Europa del Este). Mensch da la idea de integridad y bonhomía, y eso es lo que caracterizaba al expresidente chileno. Esa cualidad se la reconocen la mayoría de los chilenos que salieron a la calle a pedir su renuncia en las protestas de 2019 y 2020, luego le concedieron que su manejo de proponer un plebiscito para una nueva Constitución (luego rechazado durante la presidencia de Boric) reveló su disposición a escuchar un clamor popular.

En su “Carta abierta al expresidente Sebastián Piñera”, el periodista y profesor de literatura Cristián Warnken escribió lo que, para mí, ha sido la más honesta y profunda reflexión sobre la figura de ese mensch. Comparto un fragmento:

“Hoy le escribo esta carta como un adversario político suyo, al que le molestaron muchos aspectos de su personalidad política y de sus gobiernos, pero que reconoce en usted un demócrata cabal. Cada vez es más difícil encontrar demócratas cabales en nuestra América Latina asediada por las tentaciones populistas y autoritarias. Y eso: que usted lo haya sido en momentos donde era más fácil recurrir a la fuerza que a la razón habla de una lucidez política cada vez más escasa y habría que ser muy mezquino para no reconocer eso. Y eso es lo que la historia —no los que se creen dueños de la interpretación de la historia— reconoce...”.

“… Nos quisieron convencer de que es imposible que alguien de derecha sea un demócrata. Usted mostró lo contrario y que en democracia es posible y necesaria la alternancia, y eso tampoco se lo perdonaron. Por eso lo odiaban tanto, desde una superioridad moral que después ha mostrado ser no solo feble, sino hipócrita. Esa es la izquierda de la que vengo y que hoy me avergüenza y me ha hecho repensar muchas cosas”.

“… La muerte le acaba de jugar una mala pasada (siempre lo hace). Pero no lo tome como una derrota: mire al país entero acompañando a los suyos en este momento de duelo. ¿No es impresionante? ¿No hay un signo ahí de algo, de lo que tiene que venir, de un país otra vez respetuoso de sus autoridades, de las formas, de su historia, de los acuerdos y la convivencia cívica entre los que piensan distinto?…”.

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