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Como en cualquier sistema parlamentario, en España forma gobierno el partido político que obtenga más de la mitad más uno de los escaños del Parlamento o el partido que negocie con otros minoritarios una coalición de gobierno para tener, en este caso, 176 escaños o más de los 350 de la Cámara Baja o, como mínimo, un acuerdo de que una o más organizaciones políticas, aunque sea temporalmente, permitan gobernar al ganador sin presentar una moción de confianza que pueda adelantar las elecciones sin que el gobierno culmine su periodo de cuatro años.

Como en cualquier sistema parlamentario, también un gobierno puede tomar la decisión de adelantar las elecciones aun sin que la mayoría de los congresistas vote por esa decisión, y es el caso de lo ocurrido en España cuando Pedro Sánchez anunció el 28 de marzo, tras el fracaso de su partido, el socialista obrero español (PSOE) y sus aliados ultraizquierda Unidos-Podemos y otros pequeños regionalistas en las elecciones autonómicas y municipales de esa fecha, realizarlas el 23 de julio en lugar de diciembre. Con el cambio de liderazgo, luego de luchas internas, el Partido Popular (PP) de centroderecha decidió sustituir a su exlíder, Pablo Casado, por el senador de Galicia Alberto Núñez Feijóo y, descontentos de la situación económica del país – que no se puede desvincular de lo que sucede en Europa y buena parte del planeta como consecuencia de la guerra en Ucrania–, la mayoría de los españoles decidieron otorgar, nuevamente, al PP la mayoría de los votos.

Si bien el bipartidismo español se acabó con el surgimiento de partidos minoritarios, uno nuevo de ultraizquierda, Sumar, y el de ultraderecha, junto con partidos regionales, obligan a Feijóo y a Sánchez a la incómoda situación de negociar alianzas para formar gobierno o llamar a nuevas elecciones. Vienen días difíciles para Feijóo, cuyo partido obtuvo 14 escaños más que el de Sánchez, pero no parece que podrá lograr para ser el presidente de Gobierno español.