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En los últimos años, la política latinoamericana ha dado a luz a diversos personajes disruptivos como Nayib Bukele, Javier Milei, Daniel Noboa, entre otros, que son utilizados de ejemplo a seguir por políticos de derecha en varios países de la región, incluido el Perú.

Lo que une a los tres populares presidentes latinoamericanos es, principalmente, la ‘mano dura’ y el ‘antiestablishment’. Salvo matices entre los tres, coinciden en que representan el hartazgo de la sociedad hacia sus políticos y la coyuntura que vive cada país en materia económica y de seguridad.

Actualmente, en el Perú se vive una combinación, en mayor o menor medida, de las características que permitieron el surgimiento de líderes antiestablishment. Según una encuesta de Ipsos de febrero de este año, la violencia (62%) desplazó a la corrupción (53%) como mayor preocupación para los peruanos. Además, el 83% considera que la situación económica es mala.

La última vez que el Perú estuvo en una situación similar fue en 1990, cuando la crisis económica, producida por el estatismo, y el terrorismo sumergieron al país en la miseria y la violencia. Ante ello, surgió un ‘outsider’ populista cuyo estilo de gobierno se tornó autoritario. El rechazo hacia los partidos tradicionales lo canalizó eficientemente hacia el autogolpe de 1992 y el nacimiento del nuevo sistema político.

En estos tiempos, la inseguridad ciudadana ha reemplazado al terrorismo hasta en las formas. A esto se le suma la crisis económica y el rechazo no solo a los actores políticos, sino al sistema político en sí mismo. Aunque el modelo económico ha sufrido diversas reformas con efectos nocivos en los últimos años, existe el riesgo de que la gente asocie esas imperfecciones al modelo en sí y no a sus reformas. En ese escenario, no debe sorprendernos que surjan caudillos con el estilo de Fujimori, Bukele o Milei, pero de izquierda, aunque parezca incompatible. Los escenarios están dados y nada parece cambiar en el mediano y corto plazo.