Super Mensajes

Mis asiduos lectores conocen el gran aprecio que guardo a mi auto a quien cariñosamente lo llamo “Negrito”. Este vehículo es mi engreído y cómplice de todas las historias que se plasmas semanalmente en esta columna. Lamentablemente esta última semana mi “Negrito” sufrió un acto vandálico que felizmente ya fue superado.

Martes 9.30 p.m. Salgo como de costumbre de mis labores habituales y cuando me apresto a desactivar la alarma de mi auto noto que no suena. En esos instantes corrió un aire helado en mi interior pensando en lo que le habría sucedido a mi fiel compañero de travesías.

Logro abrir la puerta e ingreso al interior… todo apagado, ni las luces de salón se encendieron. De inmediato pensé: ¡Uy!, ¡se bajó la batería! Levanto la palanca del capot y salgo para ver, linterna del celular en mano a observar qué sucedió.

Levanto lentamente el capot … mis gestos nunca quedarán registrados, pero lo que vi fue un cuadro mecánico deprimente. No podía creer lo que le habían hecho a mi compañero. En el lugar de la batería solo existía una base de fierro con cables arrancados. Verificaba que también existían sitios vacíos en lo que antes era una ordenada distribución de las partes internas del auto.

¡Dios mío! ¿Qué te han hecho? Exclamaba interiormente, a la par que me daba palabras de valor. ¡Carlos, Carlos, tranquilo! En la medida que iba recorriendo todo el interior del motor iba tocando tuberías destrozadas y simplemente no resistí más y cerré el capot.

Era evidente que mi “negrito” había sido víctima de un robo desalmado de piezas internas.

Se supone que siempre había un patrullero al lado que brindaba la seguridad en la zona, se supone que habían cámaras, se supone que transita empleados de las fábricas, se supone que mi carro tiene alarma lo suficientemente estridente como para darse cuenta que le están robando las piezas…. Todas esas suposiciones se fueron al tacho.

Cuando subí al interior de mi auto para pensar cuál sería mi reacción, solo agradecí a Dios y la Virgen María que no se lo habían robado. Empecé a pedir a mi padre Cleofás, que está en el cielo, que me oriente, hasta que en un arranque de valor y aceptación del hecho decidí actuar.

¿Cómo lo remolco? ¿A quién llamo primero? ¿Dónde queda la comisaría más cercana a la zona? Yo, que estoy acostumbrado a solucionar problemas de otros, me quedé inerme para arreglar el mío.

Dado que tengo la costumbre de “humanizar” las cosas, les confieso que lo primero que hice fue pedirle perdón a mi “Negrito” porque me sentía culpable por esta situación. Cogía el timón y movía la llave de contacto procurando quizás, de manera inconsciente, que dé alguna señal de vida, al menos por un segundo, pero nada. Estaba totalmente inutilizado.

Opté por comunicar este infausto hecho a un amigo comandante de la policía que es de mi promoción estudiantil…. (Esta historia continuará)

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