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Se comprende cuando se indica que los hechos de la realidad son ajenos a la voluntad del individuo. Por ejemplo, la rotación y traslación del planeta Tierra. Sin embargo, los hechos de la realidad histórica, al implicar acciones humanas, tendrían una relativa autonomía: el pasado histórico es inevitable modificarlo, y el contenido del advenimiento es lo que estaría en pugna entre las clases políticas. ¿Cómo dominar el presente para preservar el futuro?, es lo que preocupa al político.

Esta proyección en el tiempo, a fin de mantener un statuquo, puede responder a diversos motivos dependiendo del tipo de interés y de la particular actividad llevada a cabo. Pero el trasfondo es: buscar aminorar la “incertidumbre” del futuro inmediato. El político se proyecta en el tiempo a fin de mantener su continuidad en el poder, al detentar el poder Ejecutivo, o ya al transferirlo, si participa de un régimen democrático.

Es en este punto en el cual, la parte interesada, la clase política, recurre a una herramienta que se ha definido como la narrativa. Es decir, se busca que el pasado histórico “inmediato” se asimile como un “relato” cuyo significado se ha construido a la imagen y medida de la parte interesada durante la pugna política. Pero, ¿cuál es el peligro? Consideramos que el peligro estriba en que el sentido del hecho histórico devenga en la proyección social de una élite y se genere una ficción antes que la evaluación real de los hechos.

La forma como sea referido un contenido histórico, es lo que va a procurar que el punto de partida para un sector de la clase política sea favorable o no. Es decir, la verdad entorno a los hechos es sustituido por lo que se dice de los hechos. Ahora bien, nuestra atenta lectoría puede suponer, posiblemente todo el pasado histórico del Perú ha estado sometido al criterio de lo narrativo. De ser este el caso, es necesario esclarecer lo siguiente a partir de un ejemplo: el pasado 28 de julio de 1821 se decreta la independencia del Perú, es ese un dato histórico; pero el sentido valorativo final de ese hecho (la importancia de la República) lo construye lo narrativo.

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¿Cómo lidiar y sortear este aparente entrampamiento entre la veracidad de los hechos y la narrativa de los hechos en la historia, si establecemos que lo narrativo es la ficción de la literatura? El discernimiento difícilmente se logre desde las mayorías que no están, necesariamente, comprometidas en política. Por lo tanto, sería desde el interior de las propias élites políticas que tal discernimiento se pueda dar. Pero es, justamente, en este punto en el cual el ejercicio político o se orienta a desentrañar la superestructura de la realidad social, o busca más bien revertir el orden estructural de la misma.

Consideramos que si el ejercicio de la política busca evaluar para revertir las condiciones económicas sobre las cuales discurre el orden social, difícilmente recurra a la ficción del relato. La forma final que tome la referencia histórica, pasaría a segundo lugar. Finalmente, pensamos que el reto es buscar la verdad en el presente, para que el futuro refleje la demanda real de las mayorías, y no la demanda literaria de las minorías.

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