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Pasajeros lamentando con llantos la pérdida de su vuelo; niños arrastrándose por el suelo del aburrimiento; ancianos dormidos en silla de ruedas bajo una carpa a 39 grados; y familias enteras intentando salvar su viaje de verano rogando el paso a los que hacen cola: volar desde Ámsterdam es un caos acentuado hoy por la ola de calor.

El Aeropuerto Schiphol de Ámsterdam es el tercer aeródromo más transitado por el tráfico internacional de pasajeros, pero desde mayo, es también uno de los puntos de origen más caóticos de Europa: las colas para cruzar los controles de seguridad son líneas de serpentinas a la que no se ve ni principio ni fin, y conllevan unas cinco horas de espera.

Schiphol insta a no acudir al aeropuerto más de cuatro horas antes de la salida del vuelo, pero en muchos casos eso es una garantía de pérdida del avión porque las colas, solo con maleta de mano -sin contar las colas de facturación de equipaje- superan las 4 horas, según ha podido comprobar Efe este martes en el aeródromo neerlandés.

“Llevo cuatro horas y media, y me han colado varias personas porque les he pedido el favor, pero lo más seguro es que pierda mi vuelo porque ya han empezado a embarcar y yo sigo aquí esperando”, señala Olga, que vuela a Barcelona con Transavia, mientras se desespera tratando de convencer a otros pasajeros para que le den paso.

Detrás hay una mujer italiana de 70 años que lleva cuatro horas en una silla de ruedas. Tiene como destino Roma, viaja con maleta de mano, y se pasará el día entero en Schiphol porque ya había visto en las noticias, dice, las largas colas de espera. “Con la ola de calor, no hemos querido arriesgar, comeremos algo aquí y a esperar seis horas”, señala su hija.

La escena en el aeropuerto es de caos y ansiedad. Una joven rompe a llorar porque puede perder su vuelo a Estados Unidos y los viajeros no le dejan seguir adelantándose en la cola porque “todo el mundo lleva retrasos, están todos igual”, grita, en inglés y entre lágrimas, al personal de Schiphol que gestiona la espera.

Pedirles ayuda cae en saco roto, puesto que no se responsabilizan del caos que surge de la falta de personal de seguridad, maletas y limpieza, algo a lo que sus jefes no han sabido poner remedio, a pesar del diálogo con los sindicatos: exigen subidas de sueldo, mejores horarios, y una reducción de la presión laboral, pero hasta ahora solo se han logrado algunos parches que no resuelven la situación, como un pago extra por trabajar en verano.

“Lo siento, no puedo hacer nada, puedes hablar con la gente y ver si te dejan pasar”, señala uno de los empleados ante la queja de una pasajera a la que le quedan “solo 15 minutos para que cierren la puerta de embarque” de su vuelo a Madrid.

Volar con mascotas es otra odisea: hay que estar con al menos cuatro horas de antelación, meter al perro en una jaula que viaja en bodega, facturar y dejarlo solo hasta llegar a destino, lo que supone, entre esperas y vuelo corto, al menos ocho horas sin comer o poder hacer sus necesidades.

Eso si todo va según lo previsto, sin retrasos, ni pérdidas: la estampa en el aeropuerto estos últimos meses es maletas amontonadas y perdidas que nadie recoge y cuyos dueños pueden estar en cualquier parte del mundo a la espera de que su equipaje regrese a casa.

Verano caótico en el aeropuerto

De momento, Schiphol ha asumido que el verano será caótico y ha pedido a las aerolíneas que cancelen vuelos o los desvíen a otros aeropuertos locales para reducir el número de pasajeros que pasan por Ámsterdam.

En julio, se permite la salida diaria de máximo 67.500 viajeros y en agosto 72.500, confirmó el presidente del grupo Schiphol, Dick Benschop.

La organización de agencias de viajes, ANVR, acudirá a los tribunales para obligar a Schiphol a compensar los daños causados, puesto que teme que las agencias afronten problemas financieros si tienen que compensar a los afectados.

Por ahora, Schiphol ha instalado carpas en el exterior para que los pasajeros hagan cola a la sombra, en especial en un día en el que la ola de calor ha elevado las temperaturas a más de 39 grados.

Además, para aliviar el disgusto, y sobre todo evitar golpes de calor, Schiphol ha repartido helados, refrescos y agua por el camino. El mal trago llega cuando los viajeros ven que, a pesar de las cuatro horas de espera y más de dos años de pandemia sin poder irse fuera de vacaciones, han perdido su vuelo.

(EFE)