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Voy a hablar de esta temática con la autoridad que me da haber sido constituyente, diputado, senador dos veces y, también, congresista del unicameralismo instaurado hace tres décadas. Eso sí, siempre aprista. Mi partido, el APRA, proyectó en la Constitución de 1933 un senado funcional que no llegó a instalarse y, en 1979, bajo la presidencia de Haya de la Torre, participé del debate para que el Congreso tuviera dos Cámaras. He vivido así la experiencia unicameral y la del bicameralismo. Veamos.

I

En la doctrina los defensores del sistema unicameral esgrimen argumentos contrapuestos; desde el punto de vista de la representación aducen la unidad del pueblo que parece exigir un solo órgano que lo represente

 

¿Para qué sirven dos Cámaras? –se preguntaba Sieyés— Si están de acuerdo, una de las dos es inútil; si discrepan, una de las dos no representa la voluntad del pueblo”.

 

Especialmente cuando la segunda Cámara tiene carácter nobiliario y hereditario. Se acusa al sistema bicameral de ser contrario al espíritu de una verdadera democracia.

 

Las dos Cámaras no pueden tener los mismos elementos de información, ni discutir la ley con el mismo detenimiento y profundidad; una Cámara peor informada o que no ha tomado en cuenta todas las facetas del problema podría hacer inútil el trabajo y aprobación de la otra Cámara.

 

Podrían aparecer rivalidades políticas o sociales entre ambas Cámaras que perturben una racional deliberación. Al sistema bicameral lo objetan por la obligada lentitud de un doble examen de toda resolución o ley, muy cuestionada en estos días de actividad tecnológica acelerada o de febril actividad del Poder Ejecutivo.

 

Se suma a esa crítica los altos costes del sistema bicameral y la tendencia de disminuir la importancia la función política del Senado cercenando facultades en relación con las antiguas atribuciones (ratificación y designación de altos funcionarios, ascensos militares y de jueces, por ejemplo).

II

El Bicameralismo es de origen y tradición del sistema inglés, repetido en Europa (España, Francia, Italia, Portugal) y América (Estados Unidos, Argentina, México, Brasil, Honduras, Venezuela). Tener una o dos Cámaras es uno de los problemas más discutidos de la estructura constitucional y la historia no apunta a una solución definitiva.

 

Puede funcionar y aplicarse en algunos países, pero no en otros. El bicameralismo tiene a su favor que el origen de la representación refleja más adecuadamente a las clases o grupos sociales estamentales, sea en un Estado federal o regional. Una Cámara representa al pueblo, la otra a los Estados miembros o a sus autoridades regionales.

 

Una Cámara puede ser elegida por sufragio directo, la otra indirectamente por corporaciones, sindicatos, municipios o colegios profesionales. La combinación de los sistemas de elección directa e indirecta era la base tradicional del Senado francés.

 

La deliberación en el Poder Legislativo asegura una doble discusión por diferentes representantes. Gettell y Hauriou sostienen: si las Cámaras no tienen poderes iguales, o sus miembros son de origen diverso, o han sido elegidos en tiempos distintos, permiten matizar con la mayor riqueza el contraste de pareceres sobre la ley en debate.

III

Todas nuestras constituciones han establecido el sistema bicameral, a excepción de las de 1823, de 1856, de 1867, las que en realidad no rigieron. La unicameralidad desde 1993 está cuestionada y en debate actual. Pareja Paz Soldán advertía que el régimen unicameral siempre se desvía hacia la dictadura parlamentaria.

Todo poder tiende a incrementarse; el Poder Ejecutivo ha sido limitado con el refrendo ministerial; el Parlamento debe estar limitado por el referéndum, la disolución o por una segunda Cámara.

¿Cómo se llega al Poder, al Congreso unicameral o bicameral? En un Estado democrático y de derecho el único vehículo para ello son los partidos políticos. Desde la caída de Fujimori –que impulsó el desprestigio de los partidos y del bicameralismo— nuestra clase política no reacciona ni reflexiona sobre cómo atraer al ciudadano a la vida política.

 

No todo es pragmatismo, también es pensamiento, conciencia social y participación en el Estado. No vayamos a un bicameralismo suicida.

 

(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado, exsenador y excongresista de la República.

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