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Con ocasión de la juramentación de quien actualmente está ejerciendo la Presidencia de la República y de la pretensión de su antecesor de entregar personalmente la banda presidencial en el recinto del Congreso, se han presentado diversas dudas, que no han sido disipadas, por más comunicados emitidos por el propio Congreso y por los miembros del Gabinete Ministerial del Presidente cesante.

La primera duda es sobre la entrega de la banda presidencial, cuya colocación no hace a la persona que se la coloca o le es colocada, titular de la Presidencia de la República, al igual y para graficarlo que “el hábito no hace al monje”. Lo que hace a un ciudadano Presidente de la República es su elección en proceso legítimo, con proclamación del Jurado Nacional de Elecciones y, según el artículo 116 de la Constitución al jurar y asumir el cargo ante el Parlamento el 28 de julio del año en que se realizan los comicios.

Lo mismo sucede con otros símbolos o distintivos, como son las medallas que muestran los magistrados del Tribunal Constitucional, los integrantes de la Junta Nacional de Justicia, los jueces y fiscales de todas las instancias, el Defensor del Pueblo, así como los gobernadores y consejeros regionales, al igual que los alcaldes y regidores. Es bueno recordar como anecdótico que los gobernadores cuando eran denominados Presidentes Regionales se colocaban en el pecho unas enormes y ostentosas bandas que les tapaban pecho y espaldas, francamente desproporcionadas en sujetos desubicados.

La segunda duda era si el Presidente cesante tenía que dirigirse a la Nación desde el hemiciclo del Congreso. Lo cierto es que no, puesto que el Presidente de la República obligadamente lo hace al instalarse la primera legislatura ordinaria anual en que anuncia las reformas y mejoras que juzgue necesarias y convenientes para su consideración por el Congreso. Evidentemente se trata del Presidente entrante y no saliente, habiéndose expuesto indebidamente el auto llamado Presidente del Gobierno de Transición, al salir de Palacio de Gobierno al Palacio Legislativo, con bombos y platillos e innecesaria parafernalia, entregando la banda presidencial casi clandestinamente en la puerta del Congreso, cuando bien la pudo enviar con uno de los señores edecanes.

La última duda era si el 27 y 28 de julio, el saliente Presidente era o no el primer mandatario de la Nación, antes de la juramentación e instalación de su sucesor. Como asumió el cargo, cuando se hizo elegir Presidente del Congreso, ante la vacancia de su predecesor y la inexistencia de vicepresidente, en el Parlamento consideraron que al instalarse el nuevo Congreso el 27 de julio, había cesado en ésa oportunidad de ser congresista y presidente del Congreso y, por tanto también dejaba de ser Presidente. No es así, fue Presidente de la República hasta el mismo instante en que asumió el cargo su reemplazo.

Señalar lo contrario equivaldría a que entre la instalación del nuevo Congreso y la asunción del proclamado Presidente, no tuvimos primera autoridad de la Nación y todas las funciones que en dicho interín ejerció, como la aceptación de las renuncias de sus ministros serían nulas. Incluso dio banquete oficial a las delegaciones extranjeras que arribaron  para celebrar nuestro bicentenario. Sería una cena ofrecida por un inquilino precario o invasor de la Casa de Pizarro.  Un sinsentido.

La entrada Por: Ántero Flores- Aráoz / Sin confusión, son símbolos se publicó primero en La Razón.