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AFP

    

Alrededor del mundo, más de 150,000 animales, plantas y hongos corren el riesgo de desaparecer por los efectos de las actividades humanas. De entre ellas, al menos 63,183 especies silvestres están bajo alguna categoría de amenaza en Latinoamérica y el Caribe. Así lo establece la Lista Roja de las especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Este inventario mundial es un sistema para clasificar a las especies que están en alto riesgo de extinción. De la cantidad de especies animales y vegetales evaluadas por científicos en los países de América Latina y el Caribe, 2,743 están en la categoría más riesgosa: En Peligro Crítico de extinción.

Este panorama ha llevado a que científicos, organizaciones no gubernamentales y comunidades pongan en marcha numerosas iniciativas exitosas que luchan para salvarlas. Una de ellas es Revertir el Rojo, movimiento global que impulsa la cooperación estratégica y la acción para garantizar la supervivencia de las especies y los ecosistemas silvestres, y que busca reunir a agencias gubernamentales, organizaciones de la sociedad civil, zoológicos, acuarios, jardines botánicos o acuerdos multinacionales, entre otros colaboradores.

“Lo que queremos hacer con Revertir el Rojo es cambiar la narrativa: que sea optimista y positiva. No se trata de lamentarnos por todas las especies que están disminuyendo, sino de unir esfuerzos y recuperarlas”, afirma Jon Paul Rodríguez, doctor venezolano en ecología y biología evolutiva que, desde 2016, es presidente de la Comisión de Supervivencia de Especies (CSE) de la UICN.

La CSE reúne a una red de más de 8,500 científicos voluntarios que, en casi todos los países del mundo, trabajan en la generación de conocimiento sobre el estado de las especies y las amenazas a las que se enfrentan —información con la que alimentan a la Lista Roja—, así como para proporcionar asesoramiento, desarrollar políticas y directrices y facilitar la planificación de la conservación.

Ser optimistas no significa ocultar la realidad, reitera Rodríguez, pues la tendencia negativa en la pérdida de biodiversidad no se detiene. Aún así, “hay que reconocer que, cuando nos sentamos juntos, nos ponemos a pensar, tomamos la experiencia y la evidencia científica y, con ello orientamos e informamos nuestros planes de acción, es muy común que el resultado sea una mejora del estatus de las especies”.

En el Día Mundial de las Especies Amenazadas, que se celebra el tercer viernes de mayo de todos los años desde 2006 a partir de una propuesta de la Coalición de las Especies Amenazadas, Mongabay Latam presenta tres ejemplos exitosos para la recuperación de especies amenazadas en Latinoamérica.

Evitar que desaparezcan los jaguares

En los bosques secos del Chaco boliviano, la expansión de la frontera agrícola se ha convertido en un problema para el jaguar (Panthera onca). En estas zonas, el félido suele verse como un animal peligroso que puede atacar a las personas o a su ganado. Por este motivo, aunque es una especie protegida, ha vivido una intensa persecución.

“La verdad es que, si alguien gana, siempre es el humano. Al final, es quien termina disparando. No es algo de mano a mano”, dice Liliana Jáuregui, especialista en casos de justicia ambiental para el Comité Holandés de la UICN y líder del proyecto Operación Jaguar.

Esta es apenas una de las amenazas para este mamífero. La caza, el tráfico ilegal, y la destrucción de su hábitat son otros factores que han puesto a los jaguares bajo la categoría de Casi Amenazado en la Lista Roja de la UICN.

“Se levanta un peligro y empieza otro”, —afirma la experta—. “En los últimos 70 años, su distribución histórica se redujo en un 50 %, debido a problemáticas como el cambio de uso de suelo o por los bosques arrasados y convertidos en pastizales para ganadería. Además, el jaguar ha enfrentado durante siglos una presión sistemática por cacería de diferente fin. También, por el acceso que se tiene ahora al hábitat del jaguar, hay muchas más posibilidades de comercializar ilegalmente a los cachorros”, explica Jáuregui.

Operación Jaguar trabaja con cuatro estrategias. La primera, es entender el tráfico, cómo y por qué se hace. Segundo, proteger las áreas bastión del jaguar en colaboración con las comunidades. Tercero, colaborar con las autoridades para combatir los crímenes ambientales contra la especie. Y, finalmente, crear conciencia a nivel de los países de donde se extrae la especie, pero también en aquellos que son intermediarios y destinatarios.

“Para proteger a la especie, trabajamos con organizaciones y con todas las formas de gobernabilidad que existen en el territorio: gobiernos indígenas, municipales y nacionales, por ejemplo”, señala Jáuregui.

A través de las investigaciones de Operación Jaguar, la UICN y Earth League International (ELI) lograron identificar a 75 personas de interés involucradas en sofisticadas redes del tráfico de jaguar en Latinoamérica. A la vez, demostraron cómo es que este crimen contra la vida silvestre está vinculado con otros delitos como la trata de personas, el narcotráfico, el lavado de dinero y la minería ilegal en países como Bolivia, Ecuador, Perú y Surinam.

“Nuestro eslogan es que el jaguar no siga el destino que ha tenido el tigre— concluye Liliana Jáuregui. “Cuando ya está en la Lista Roja y avanza en las categorías, es muy difícil volver. No basta con restaurar cientos de áreas de bosque para que el jaguar esté bien. Necesita mucho más espacio. El hábitat es un factor crítico, por eso hay que hablar de conectividad, de colaboración y trabajo transnacional y regional, así como del involucramiento a las comunidades”.

Garantizar la permanencia del vuelo de la cotorra margariteña 

La cotorra margariteña (Amazona barbadensis) es la única especie del género de los loros verdes que habita en bosques secos. Esta ave de plumaje verde y amarillo brillante, solamente se encuentra en la costa de Venezuela, en las islas de Margarita y La Blanquilla, además de la zona oeste de la Península de Macanao. También se les puede encontrar volando en Bonaire, isla de los Países Bajos.

“Así que, prácticamente, es una especie venezolana, con una población en Bonaire”, dice Jon Paul Rodríguez. En 1987, el experto fundó la organización Provita, en Venezuela, dedicada al desarrollo de soluciones para la conservación y que, dos años más tarde, se dedicó a la conservación de esta ave actualmente enlistada como Casi amenazada en la Lista Roja de la UICN.

Hay dos amenazas principales para la cotorra: la captura y venta ilegal para convertirla en mascota y la extracción de arena para la construcción, que arrasa con los árboles que son su hábitat.

“Primero, es muy interesante el fenómeno de las mascotas, porque en Macanao la mayor parte de las personas —que no son muchas, son pocos miles— son pescadores. Cuando los hombres se van a pescar y pasan tres o cuatro meses en altamar, hay una tradición de dejar una cotorra con su familia, con la esposa y los hijos, que les acompaña en su ausencia. No es exactamente un sustituto del hombre, sino un miembro más de la familia”, narra Rodríguez.

Esta tradición ha generado una altísima presión para las cotorras, pues se estima que hay unas 3,000 en cautiverio, dentro de las casas de la península de Macanao, mientras que, en vida silvestre, se cuentan cerca de 2,000.

Macanao tiene un ambiente árido, donde la mayor parte de los árboles grandes crecen a orilla de las quebradas estacionales, al pie de las laderas del paisaje montañoso. Allí es donde ocurre la minería de arena a cielo abierto, actividad económica que se ha extendido a lo largo de la zona. Ese mismo lugar es donde las cotorras tienen sus nidos.

“Hay dos árboles en particular —el guayacán (Guaiacum officinale) y el palo sano (Bulnesia arborea)—, que son muy grandes y es donde las cotorras forman cavidades y ponen sus nidos. La actividad de extracción de arena ocurre en estas quebradas y, para poder hacerlo, remueven toda la vegetación. Es un impacto muy severo sobre las zonas de reproducción: árboles muy sanos, grandes y bellos son eliminados por completo”, describe el especialista.

El trabajo del equipo ha consistido en la restauración de los bosques que la minería destruyó y en prevenir el saqueo de los nidos a través de la vigilancia. También en la creación de nidos artificiales mejorados con base en la investigación. Estas actividades son realizadas por Provita en colaboración con los EcoGuardianes, habitantes de la isla entrenados y dedicados a la conservación, así como con el Hato San Francisco, aliados por muchos años de la organización y en donde opera la Arenera La Chica.

“El efecto de todo esto ha sido extremadamente positivo. Cuando empezamos a trabajar en los años ochenta, había como 700 cotorras y, hoy en día, hay unas 2,000. Es decir, hemos triplicado la población. Los últimos cuatro años, del 2019 para acá, han sido nuestros años de mayor producción”, afirma Rodríguez.

Como parte del proyecto, se registró el nacimiento de 140 pichones en el año 2019; en el 2020, otras 140 aves más y, en los dos años siguientes, 2021 y 2022, llegaron a 200 y 212 nuevas cotorras. En este 2023 documentaron por primera vez el nido con el mayor número de pichones a la vez: siete.

“Es un proyecto de esos que me hace muy feliz. Si tú vas al campo en este momento, en temporada de cotorras, es fabuloso, fabulosísimo, porque los sitios donde trabajamos —como la quebrada La Chica— puedes estar caminando por el bosque seco y hay cientos de cotorras alrededor tuyo, volando y haciendo nidos”, concluye Rodríguez.

Evitar que las cactáceas sean historia

Querétaro es un estado pequeño, de poco más de 11 000 kilómetros cuadrados, ubicado en la región norte central de México. A pesar de su tamaño, tiene una riqueza en plantas —todavía inexplorada en su totalidad— que podría rebasar las 4,000 especies.

Algunas tienen mayor foco de atención porque son únicas en el planeta. El caso más emblemático es la Mammillaria herrerae, cactácea que hoy es bandera para proteger a todas las demás cactáceas y el resto de flora del semidesierto queretano hidalguense, conocido también por ser la porción más al sur del gran desierto de Chihuahua, y donde se encuentran alrededor de 30 especies en riesgo de extinción.

“Es una planta muy emblemática y atractiva. Sólo por su belleza estética y sin menoscabar todo su valor estético y económico —porque lo tiene— es la cactácea más bonita del mundo”, dice Emiliano Sánchez Martínez, director del Jardín Botánico Regional de Cadereyta, de Querétaro, institución que se enfoca no solamente en el trabajo directo con las especies silvestres, sino a investigar el funcionamiento general de los ecosistemas.

La especie fue descubierta a finales de la década de los años veinte y descrita en 1931. En la actualidad, como tantas otras plantas, Mammillaria herrerae tiene dos grandes problemas: su extracción ilegal y la acción humana sobre el territorio, principalmente, con procesos agrícolas y construcciones que afectan su hábitat.

“Desde el momento de su descubrimiento ha estado sujeta a las presiones de extracción ilegal, a grado tal de que algunas de sus poblaciones han sido totalmente extirpadas”, dice Sánchez, experto que colaboró en la evaluación de la cactácea para incluirla, en 2009, bajo la categoría de Críticamente Amenazada, en la Lista Roja de la UICN.

“Entre 2015 y 2016, censamos a la especie y encontramos que existen solamente dos poblaciones, una de ellas muy mermada. Necesitamos reforzar las cuestiones del hábitat porque es crítico”, agrega. Para recuperarla, investigadores del Jardín Botánico lograron reproducirla, tanto por la vía convencional —a través de la semilla—, como a través de técnicas de cultivo de tejidos.

“Aunque no contamos con un laboratorio para el cultivo de tejidos, estamos haciendo alianzas con universidades de Querétaro”, dice Sánchez. De la misma manera, el Jardín Botánico no sólo ha desarrollado múltiples proyectos para la propagación de esta y otras plantas, sino que se ha abocado a la investigación, conservación y educación ambiental, con lo que buscan que la gente conviva en armonía con la flora silvestre.

“Tenemos una Unidad de Propagación de Plantas Silvestres, donde hemos distribuido  poco más de 170 especies a lo largo del tiempo. Pero, sobre todo, hemos tratado de hacer una labor integrativa, que va desde detectar a las especies, propagarlas, encontrar vías para su regeneración y restauración, hasta educar a las personas. No sólo necesitamos estudiar, sino desarrollar inteligencia social, es decir, que todos entendamos, converjamos y tengamos una sincronía en esta parte vital que es conservar a las especies y a los ecosistemas funcionando”, dice el especialista.

En el inconsciente colectivo suele existir la idea de que los desiertos son lugares carentes de vida, donde no existe nada. Sin embargo, son sitios únicos y prioritarios, tanto por su contenido de especies —que se siguen descubriendo y describiendo—, como por la funcionalidad de la estructura biológica que tienen, agrega Sánchez.

“No es un espacio vacío, es un espacio lleno de plantas adaptadas a sus condiciones, que están en un proceso de evolución y que ahí deben permanecer— concluye el experto. “Necesitamos que todo esto se vuelva social para lograr que algo ocurra, para alcanzar un propósito global, que es conservar la vida en el planeta”.