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La crisis de los partidos políticos está llevando a que la democracia peruana se debilite cada vez más,  dentro de una preocupante indiferencia popular. Y lo más triste es que a ni a las autoridades de turno parece importarles.

Los partidos políticos con sus militantes son manejados por sus dueños y sus figurativos dirigentes “políticos”, como una empresa o negocio cuya temporada alta es la época de elecciones. Los administradores de estas organizaciones, mal llamadas partidos políticos, son conscientes del gran daño que le están haciendo al país, pero su pensamiento mercantilista los obnubila en su sed insaciable de dinero y falso poder.

Y en este derrotero, es que hemos llegado a esta decadente situación, justamente por culpa del pésimo desempeño de los partidos tradicionales y sobre todo por el mediocre, por decir lo menos, actuar de sus representantes. 

De los grandes partidos políticos y movimientos sociales lamentablemente ya no queda nada. Solo empolvados bustos y monumentos que reposan ignorados en sus vetustos y solitarios locales partidarios a los que ya nadie acude.

El accionar de sus últimos líderes ahuyentó a sus seguidores y simpatizantes, quedando en ellos solo algunos desocupados fanáticos románticos en espera de tiempos mejores.

Y esos tiempos de grandes líderes, de ideologías enormes y discursos poderosos se han ido y no volverán. Al menos por ahora.

La raíz de todo esto recae en la silenciosa crisis moral que se ha venido desarrollando hace tres décadas por los menos, dentro de la sociedad peruana y que hoy en día nos muestra su triste realidad.

Retomando el tema principal, se puede decir que la debilidad de nuestra democracia es la falta de sistema de partidos auténticos e ideologías  puras, modernas y convocantes. Y esto es el resultado de la banalización de la política ante la sociedad. El hecho de que la política se haya convertido en sinónimo de inmoralidad ha servido para espantar a la academia y las mentes ilustres del estrado político.

La compleja situación política en el Perú demanda una evaluación exhaustiva de los diversos factores que delinean el sistema político y su operatividad en el país.

Para que esta situación cambie se requiere de reformas institucionales genuinas para buscar instaurar cambios significativos.

La democracia peruana es vista y calificada por observadores internacionales bajo el término de “híbrida”. Esto como resultado de la convergencia de diversos factores que caracterizan a nuestro sistema político. No podemos negar, por lo pronto, que existe una gran fragmentación legislativa. Los dos principales grupos parlamentarios, sumados, representan solo el 25% del Congreso. Eso nunca antes ha ocurrido. Ciertamente, esta fragmentación viene de muy atrás, del sistema de representación proporcional establecido por el Decreto Ley 14250 de 1963. Sin embargo, ha sido exacerbada por el Tribunal Constitucional, que declaró inconstitucional la Ley Antitransfuguismo de 2016.

Para revertir esta situación se requieren reformas políticas profundas para abordar estos problemas estructurales. Estas incluyen la reforma del sistema de representación. Debemos sustituir la representación proporcional por la elección de los diputados en circunscripciones uninominales, para consolidar dos grandes bloques políticos. Además, se requiere reformar el sistema de gobierno, optando por un sistema parlamentario o uno presidencial. De esa manera, superaremos la complicada combinación actual.

En todo caso, la clasificación de Perú como un régimen “híbrido” refleja la necesidad urgente de abordar las deficiencias estructurales del sistema político del país para fortalecer la democracia y garantizar una gobernabilidad efectiva.

Lo preocupante es que al parecer a las autoridades de turno nada de esto parece importarles, por el contrario, se percibe una intención de mantener las cosas como están, pues al parecer tal como se encuentran les reditúan beneficios particulares.

Para lograr un cambio significativo se requiere de un compromiso firme con la reforma política y con la mejora de las instituciones democráticas. Estas deben promover una cultura cívica participativa. La reforma política debe apuntar a garantizar un sistema democrático más inclusivo, transparente y efectivo, que responda a las necesidades y aspiraciones de la población peruana. Es importante incidir hasta el cansancio en esta necesidad de fortalecimiento democrático. Hasta la próxima semana, amigos de Primera.