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Perú ha sido un caso histórico de auges económicos efímeros de origen externo, disparados por un ‘boom’ de demanda por nuestras materias primas. Es un éxito económico del que no podemos y no debemos retroceder, menos lo pueden plantear las posiciones progresistas y de izquierda, hoy en el gobierno, las mismas que solo tendrán un rol relevante si entienden que el progreso debe permitir cumplir dos procesos históricos: bajar la pobreza a menos de 10% e incorporar en la economía al 78% de peruanos auto empleados, que son el motor económico popular del país. No hay revolución social sin plata.

Además, el éxito económico de 30 años de neoliberalismo muestra hoy baches que pueden romperle la dirección al auto del país, el reto es mirar con objetividad las cosas y atreverse a entender el proceso del Perú desde la economía y los intereses del país. Y ahora, la agenda es de crisis, realmente grave, en tiempos del Covid-19.

El cuarto y último auge económico peruano tuvo lugar en el periodo 1992-2013, primero por el impulso a reformas modernizadoras de la economía desde 1993, así como por el impulso de un ciclo alcista de precios de minerales de exportación observado durante el período 2001-2013, movilizador de la producción, las inversiones y el empleo.

En este periodo la minería terminó aportando alrededor del 30% de la recaudación del impuesto a la renta, traducidos en cerca de S/50 mil millones en recursos del canon a favor de los gobiernos regionales, municipalidades y universidades estatales de las regiones que albergan yacimientos mineros explotados formalmente.

En los distritos mineros, que en el pasado siempre estuvieron entre los más pobres del país, el ingreso personal llegó a ser 50% más alto que en distritos no mineros, lo que evidencia que la actividad minera ha sido una palanca efectiva para reducir la pobreza de manera sostenible. Un mito dice que los ladrones se robaron la plata, pero en la mayoría de los casos no hubo la más elemental gerencia para viabilizar obras en beneficio de la población. Sin gerencia no hay revolución social.

Los burócratas y varios de los del gobierno, sobre todo los improvisados y recomendados, están con pie de atleta: se rascan un hongo en el pie, y no alcanzan a mirar toda la realidad. Sin riqueza no hay distribución y sin generación de beneficios hay guerra social, así de claro. Y sin gerencia no hay ni riqueza, ni distribución.

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