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En estos días, el Congreso de la República ha iniciado el proceso de golpe de Estado legislativo para derrocar a Pedro Castillo. Los resultados, con el empirismo característico de los políticos peruanos, no son medidos en sus efectos económicos y políticos. En mi opinión serían desastrosos para el país.

Para empezar, no hay un reconocimiento de los fundamentos de esta crisis, que muchos reducen a los efectos de la pandemia o al ascenso de un gobierno con la improvisación y el desgobierno como bandera. Lo decía el genial antropólogo Matos Mar, “el fenómeno informal es el fenómeno social más importante del Perú contemporáneo”. Y hoy lo sigue siendo, con 80% de los peruanos en esa situación y con 3 millones de empresas y negocios que no tributan. Un abismo que sigue separando al Perú y que está a la base de todos los conflictos sociales, procesos electorales y economía ilegal del país.

Al no atenderse las demandas y aspiraciones de este vasto sector de la población, la precariedad social, política y económica es la regla común de estas tierras. En esta visión, el actual gobierno es una expresión deformada de este proceso de ascenso y rebelión de los sectores informales, que incluye a personeros de la economía ilegal como Karelim, Villaverde y otros buscavidas.

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Los actores políticos que hoy enervan a las élites tradicionales, a la prensa corporativa, grandes negocios y sectores productivos vinculados a las 40 mil empresas formales del país, tienen su origen en las grandes y medianas ciudades del interior del país adonde la formalidad se limita a muy pocas actividades productivas. Espejo fiel de un país donde un sector de la sociedad carece de derechos económicos y protección social. Adonde la ilegalidad y el vínculo con la economía negra es parte del paisaje.

¿Si las formas políticas reflejan la sociedad, como nos puede extrañar que la mayoría de los políticos del Congreso encarnen más bien el ejército informal? Basta revisar las universidades de las que vienen, su árbol genealógico, sus actividades profesionales y quiénes son sus amigos, clientes y parientes, para comprender que son el Perú subterráneo que asoma su feo rostro desde el Estado.

¿Debe extrañarnos, entonces, el caos que vive el país y su gobierno por las fuerzas desencadenadas de la informalidad y la economía ilegal? Si no se aborda la crisis peruana, sin mirar la esencia del proceso que vive el país, un asalto al poder, como el que se prepara con el golpe parlamentario, será la revuelta al día siguiente. Sin palabra de maestro.

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