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En días pasados, alguien, picado por la remoción de un ministro, señaló como mérito cualitativo haberse graduado en minería en la Universidad de Moscú. Una súper universidad de calidad mundial, en un país cuya especialidad en minería y petróleo nadie discute. Sin embargo, las puyas y el prejuicio político sepultaron en los medios ese fundamentado comentario.

En el Perú, el prejuicio, una supuesta verdad injusta sobre alguien o algo, vale más que el conocimiento y la experiencia. Sin embargo, en el mundo, hace 40 años la experiencia, sobre los títulos, prevalece en las evaluaciones de personal. Hace 30 la responsabilidad social empresarial obliga a que cualquier directivo de línea sepa hacer análisis del entorno e incorporarlo a su vida diaria como gerente. La revolución digital ha parido empresas horizontales, adonde las jerarquías desaparecen y los directivos y empleados usan jeans y zapatillas para ir a trabajar.

Post pandemia ha quedado claro que el teletrabajo, la digitalización y el dominio de las TIC son esenciales para ser líder de una empresa. Es gracias a estos cambios que el talento, el liderazgo y positivas relaciones humanas, son hoy esenciales en todas las organizaciones. Tan importantes como la técnica y el dominio de los procesos de gestión.

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Sin embargo, los gestores del Estado peruano están capturados por el conservadurismo más extremo, y por las leyes y tradiciones que vienen de la era pre internet. No buscan líderes, ni talento, ni iniciadores de nuevos procesos, imposible que un Mike Zuckerberg peruano o un Bill Gates Tawantisuyano sea objeto de sus afanes de reclutamiento. La creatividad, el rupturismo, la innovación no van con este Estado peruano al que Jorge Basadre denominó “empírico”.

El Estado empírico de Basadre no tiene planificación, es informal en sus procesos porque los politiqueros destruyen su continuidad en las decisiones estratégicas. Para el gran tacneño, la falta de dominio de la técnica y la ciencia nos hacen dramáticamente atrasados frente a otras naciones. La sensación de los especialistas es que el actual funcionamiento del Estado peruano corresponde al Estado empírico, en parte modernizado, pero con grandes áreas con una arquitectura organizativa muy poco futurista.

Un gran ejemplo es que se ha prohibido que el Estado pague la educación de jóvenes funcionarios públicos, con talento, en universidades del extranjero. Allí, el interés privado de los mercaderes de la educación impuso que estudiarán en la red universitaria local, anulando el sistema de becas internacionales.

Solo queda el del BCR. Un Estado, cuyos líderes máximos dicen que aman la educación por vocación profesional, debe dejar la cutra del empirismo y seguir la ruta de la captación del talento. Algo para lo que no sirve SUNEDU, convertido en una agencia de empleos gerenciales, más bien prescindible. Hay que cambiar el rumbo para jalar a la administración del gobierno a los mejores. No más Silvas, ni Pachecos, en un país tan rico, porque nos hacen un Estado más empírico y enemigo de los pobres.

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