Super Mensajes

Los invito a disfrutar parte de esta Columna que publicó DENISE DRESSER en la Revista Proceso-México. La leo periódicamente y nunca termino de sentir renovados bríos para la defensa de Consumidores y Usuarios de mi Perú.

El oficio de ser un buen ciudadano parte del compromiso de llamar a las cosas por su nombre. De vivir anclado en la indignación permanente: criticando, proponiendo, sacudiendo. De convertirte en autor de un lenguaje que intenta decirle la verdad al poder. Porque hay pocas cosas peores, como lo advertía Martin Luther King, que el apabullante silencio de la gente buena.

Ser ciudadano requiere entender que la obligación intelectual mayor es rendirle tributo a la verdad y a la justicia a través de la crítica.

Ser un buen ciudadano no es tarea fácil. Implica tolerar los vituperios de quienes están del lado de los ganadores de siempre. Implica resistir las burlas de quienes te rodean cuando críticas por aquello que consideras una obligación moral. Lleva con frecuencia a la sensación de desesperación ante el omnipresente de los poderosos, los resistentes al cambio, los empeñados en proteger sus privilegios.

Hay un gran valor en el espíritu de oposición permanente y constructivo versus el acomodamiento fácil. Hay algo intelectual y moralmente poderoso en disentir del statu quo. Como apunta el escritor J.M. Coetzee, cuando algunos hombres sufren injustamente, es el destino de quienes son testigos de su sufrimiento padecer la humillación de presenciarlo. Por ello se vuelve imperativo criticar la corrupción y defender a los débiles.

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No se trata de desempeñar el papel de quejumbroso y plañidero o erigirse en la Casandra que nadie quiere oír. No se trata de llevar a cabo una crítica rutinaria, monocromática, predecible. Más bien un buen ciudadano busca mantener vivas las aspiraciones eternas de verdad y justicia. Sabe que le corresponde hacer las preguntas difíciles, confrontar la ortodoxia, enfrentar el dogma. Sabe que debe asumirse como alguien cuya razón de ser es representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar.

Sabe que todos los seres humanos tienen derecho a aspirar a ciertos estándares decentes de comportamiento. Y sabe que la violación de esos estándares debe ser denunciada: hablando, escribiendo, participando, diagnosticando un problema.

Ser un buen ciudadano es una vocación que requiere compromiso y osadía. Es tener el valor de creer en algo profundamente y estar dispuesto a convencer a los demás sobre ello. Es retar de manera continua las medias verdades, la mediocridad, la mendacidad. Es resistir la cooptación. Es vivir produciendo pequeños shocks y terremotos y sacudidas. Vivir generando incomodidad. Vivir en alerta constante. Vivir sin bajar la guardia. Vivir alterando, milímetro tras milímetro, la percepción de la realidad para así cambiarla. Vivir, como sugería George Orwell, diciéndoles a los demás lo que no quieren oír.

Quienes hacen suyo el oficio de disentir no están en busca del avance personal o de la ventaja de una relación convencional con alguien poderoso. Viven en ese lugar habitado por quienes entienden que ningún poder es demasiado grande para ser criticado. El oficio de ser incómodo no trae consigo privilegios, ni reconocimiento, ni premios, ni honores. Uno se vuelve la persona que nadie sabe en realidad si debe ser invitada.

Vivir así tiene una extraordinaria ventaja: la libertad. El enorme placer de pensar por uno mismo.

Ante la propensión al conformismo te invito a hablar mal de aquello que está mal. A formar parte de los ciudadanos que ejercen a cabalidad el oficio de la crítica. A los que resisten el uso arbitrario del poder…A los que se niegan a ser espectadores de la injusticia, el oscurantismo o la estupidez…”.

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