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En estos días peligrosos, estoy extrañando a mi tía Hulda, quien falleció a los 99 hace 4 años. Aunque no era médica, me salvó de los dolores de un postoperatorio hace 10 años. Y lo logró por sus influencias.

¿Con quién habló mi tía?… Lo hizo con alguien muy poderoso.

Hulda no fue a la universidad porque no eran los usos de su tiempo, pero sus fervorosas lecturas hacían de ella una mujer ilustrada.

Aunque su padre, don Guillermo Viaña, era un hombre de poder y poseedor de una vasta biblioteca, al igual que la gente de su tiempo, era de un supremo patriarcalismo, y sus bigotes como su figura, vestida siempre de inmaculado banco era completo disuasivo para los jóvenes que se atrevieran a pretender a sus dos últimas hijas solteras.

En los años 50, comenzó a llegar desde Trujillo a Chepén el poeta Euclides Santa María, quien desesperaba por Hulda. Mi abuelo no lo aceptó. En vista de ello, mi tía viajaba a Pacasmayo donde residía Mercedes, mi madre, y allí, en la sala de nuestra casa, recibía las visitas del desconsolado vate.

Don Euclides, a quien yo miraba con mucha atención, no tenía la imagen que les suponía a los poetas. Usaba sombrero, tirantes y zapatos de piel de cocodrilo, y por fin, era algo gordito, lo que me sugería más bien la silueta de un cantante lírico italiano. 

En esa época hubo una epidemia de amores contrariados. En Londres sufría la princesa Margarita de Inglaterra enamorada del plebeyo divorciado Peter Townsend.

Como la princesa había nacido el mismo día 21 de agosto que mi tía, mi madre comentaba: ¡Por eso, esa muchacha es tan loca como mi hermana!

Un día, el planeta se detuvo unos minutos cuando las radios dieron la noticia de que la joven Windsor había renunciado a su amor.

Unas semanas más tarde, Huldita dejó de visitarnos. Euclides, como buen poeta, se hizo invisible, y los suspiros de los enamorados se fueron al aire para siempre.

Decía que la tía Hulda me salvó de un problema médico.

Pero no le rogó al Altísimo, ni le ofreció penitencia alguna. Más bien, le llamó la atención. Le echó en cara algunas tristezas familiares y llorando le increpó: ¿Qué tienes tú contra ese muchacho? Eduardo es un escritor y un muchacho lleno de amor por su gente. ¡No, Señor! ¡Tú me lo curas de inmediato!… Por eso la recuerdo en el aniversario de su partida.

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