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“La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad. Y, por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Ese poema de John Donne es el impulso de “Por quién doblan las campanas”, la apasionada novela de Ernest Hemingway que narra acontecimientos ocurridos durante la Guerra Civil Española.

Esta mañana acudí en Madrid a una ceremonia en la que se presentó la propuesta de España a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

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El toque manual de campanas es la suya. Para quienes tenemos la suerte de haber crecido en un pueblo o en una ciudad pequeña, las campanas repican cuando llaman a misa, a la hora del Ángelus, cuando la gente se casa, cuando los niños son bautizados, y tañen repetidamente con cierto compás cuando hay fiesta y hasta se dan una vuelta completa en el campanario.

Sin embargo, las campanas doblan también. Doblan y hacen un toque de ánimas cuando anuncian la muerte o cuando acompañan en el cielo a las almas viajeras. No estaba yo en el Perú cuando ocurrió, pero desde el norte del norte, desde Oregón en los Estados Unidos, las sentí y escuché, antes de que me avisaran por teléfono, que mi madre acababa de marcharse.

En el Cuzco repica, dobla y tañe María Angola, la mítica campana de la catedral que pesa seis toneladas y su sonido se escucha a 30 kilómetros de distancia. Tal vez más, mucho más que eso, porque José María Arguedas solía escuchar en las noches de Lima un tañido que venía de su tierra.

En España, un país que ha sufrido tres años de guerra, y cuarenta años de infame dictadura, es normal pensar que, en medio del silencio colectivo, la campana fuera el mensajero secreto de una embestida militar, de una tormenta o de otras calamidades.

Por casualidad, y por primera vez en mi vida, escuché ayer un estrépito de batucada cuando comenzó una gigantesca manifestación en la que los madrileños –según me enteré después– demandaban proteger la sanidad pública contra los proyectos de privatizarla.

Por eso, en la próxima reunión internacional para salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, tu corazón y tus recuerdos, lector, serán consagrados como tales. En consecuencia, cierra los ojos, acuérdate de tu infancia y de tu pueblo, y vas a escucharlos porque repicarán dentro de ti.

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