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En la cárcel, CIRO ALEGRÍA soñó con una comunidad y con un líder campesino que algún día iban a revelar al mundo la verdadera imagen del Perú.

“Me moría de ganas de salir de allí para escribir esa novela”, me dijo veinte años más tarde cuando nos conocimos.

En EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO, los indios de una comunidad andina tienen que afrontar la invasión de sus tierras por el latifundista a quien protegen las fuerzas armadas y las leyes de la república. Solo una tremenda resistencia ancestral hará que la comunidad india persevere en su lucha.

Ganadora de un premio internacional y publicada en 1941, esa novela significaría también el primer ingreso de la figura del indio en la literatura peruana y sería la primera obra de un autor peruano editada en casi todos los idiomas. Antes de que ella apareciera, los indios no habían sido considerados dignos de entrar en las páginas todavía coloniales de los autores peruanos.

Hoy, 17 de febrero, es aniversario de su fallecimiento ocurrido en 1967 y, en su homenaje, cuento cómo conocí a uno de los escritores que más han influido en mi vida.

Coincidimos en “Expreso” donde yo era periodista. Ciro, por su parte, estaba tratando de convertir “El mundo es ancho y ajeno” en una historieta gráfica que se publicaba un día por semana.

Tenía el pelo revuelto. Era un poco más delgado de cómo me lo imaginaba. El saco del terno le bailaba. Se acercó a mi escritorio y me preguntó de sopetón:

-¿Viene usted de Trujillo?

-¿Cómo lo sabe?

Señaló con el dedo el periódico que yo tenía sobre la mesa. Era “Norte”. Me lo habían enviado mis amigos de allá. Alegría recorrió las páginas del tabloide y encontró un artículo mío.

-Parece que tenemos muchas cosas en común– me dijo. También yo trabajé en “El Norte” y estudié como usted en la Universidad de Trujillo.

Felizmente yo había terminado mis tareas. Hablamos de nuestra Alma Mater, de los intelectuales de su época, y sobre todo de Antenor Orrego y de César Vallejo, quien fuera su profesor de primaria.

Conocía la historia del hombre que hablaba conmigo. Admiraba su coraje durante la revolución popular de 1932. Me maravillaba que hubiera podido escribir incluso en la cárcel cuando estaba condenado a muerte.

-Si usted tiene una obsesión, ¡escriba!…

Y yo me siento obligado a seguir ese consejo y, para variar, escribir otra novela.

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