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Cuando residía en Madrid, a finales de los años setenta, me encontré con Chabuca Granda, la famosa cantautora peruana, que había llegado y se alojaba en un hotel de la plaza España.

Eran aquellos los tiempos de la transición a la democracia, una transición en la que pocos creían porque, anclados en el pasado, tan solo concebíamos como alternativa española un imposible retorno a la República o un franquismo con corona, películas francesas, dirigentes más jóvenes y recatados bikinis en Marbella.

Además, en la propia plaza España, había presenciado yo una manifestación fascista en la cual la gente comenzaba a protestar por los atisbos democratizantes del joven rey y algunas voces emergidas del pasado coreaban: «Abajo los librepensadores!», «Juan Carlos al paredón, por comunista y por masón».

Y, sin embargo, Chabuca pensaba de otra manera: «Ahora se viene la democracia, el cambio más grande que haya conocido esta tierra desde el tiempo en que fue invadida por los árabes».

«¿Y el rey?», pregunté. «No te olvides que, en pleno siglo XX, Franco les ha impuesto un rey para que no lo olviden». «El rey es un muchacho modesto», me respondió Chabuca. «Y para muestra, fíjate en el palacio que ha escogido. El palacio de la Zarzuela, hijito. Ese es un palacio de clase media».

El tiempo y las aguas nos han dado diversas maneras de pensar en el monarca, y el “rey emérito” no se parece nada al joven Juan Carlos, pero recordé la profecía de Chabuca al inicio de los ochenta, cuando un sargento parecido a Charles Chaplin, pero sin su talento, irrumpió en las Cortes, secuestró allí a los senadores del reino y exigió un gobierno más fuerte.

En vez de idiota inocente, Tejero era en realidad parte de un complot para suprimir la naciente democracia, y por eso, los jefes de las regiones militares llamaron por teléfono al monarca para informarle de que, en vista de que los socialistas podían llegar al poder a través del voto popular, ellos habían tomado el control de España.

La intervención del rey fue indispensable para revocar ese intento. Y así ocurrió porque, como me dijo Chabuca Granda, España es un país en el que lo insólito suele formar parte de lo cotidiano, o tal vez porque nada le parece ni resulta imposible a un español que está armado de una fe, de cualquier fe.

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