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Se cumplen 5 años del Nobel de Bob Dylan. La primera vez que lo escuché me encontraba en la sala de atención de un brujo de Jequetepeque, La Libertad.

Eran los años 70. A mi lado se encontraba Irene Silverblatt, quien todavía no era la famosa antropóloga de Duke University sino una joven estudiante norteamericana que investigaba viejos archivos.

Por mi parte, yo buscaba material para lo que después sería mi libro de brujería “Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales”.

Mi amiga sacó de la mochila una grabadora plateada y puso un cassette que reproducía canciones de Bob Dylan:

“Ustedes, que fabrican las grandes armas/ Ustedes, que construyen los aviones de la muerte/ Ustedes, que construyen todas las bombas / Ustedes, que se esconden tras los muros/ Ustedes, que se esconden detrás de escritorios/ Solo quiero que sepan/ Que puedo verlos a través de sus máscaras”.

Aunque no hablaban el inglés, los otros pacientes de don “Pato Pinto” (el nombre del maestro),tarareaban los versos y miraban al suelo.

Todos estábamos repitiendo, sin pensarlo, una tradición que ya va a tener 3 mil años. En el siglo VIII antes de Cristo, los griegos se reunían a escuchar la poesía de Homero que les daba noticias de otra guerra funesta, ocurrida cientos de años atrás, en la que una coalición de ejércitos aqueos se enfrentó a Troya y sus aliados.

Hace 5 años, el Nobel de la Literatura fue otorgado a Bob Dylan –quien ha rescatado para la poesía su vieja identidad con el canto y para la literatura el más antiguo de sus roles como animadora y conductora de pueblos e historias.

Muchos han querido negarle la condición de escritor y el derecho al Nobel por el hecho de saber cantar al mismo tiempo que es un buen poeta, y por expresarse con el apoyo de la música. Nadie hubiera dicho eso de Homero ni de los juglares y trovadores de la Edad Media.

¿Qué pasó en Jequetepeque? A las 6, don “Pato Pinto” salió y nos dijo que no nos iba a atender. Añadió que tenía órdenes “de arriba” para no atender pacientes.

Aclaró: –Trabajo con un grupo de médicos ya fallecidos, y ellos solamente atienden hasta las 6 de la tarde.

Irene y yo nos miramos. Tal vez entonces comprendimos que habíamos estado escuchando música y esperando durante 3 mil años.

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