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Una aproximación para conocer las razones de la corrupción sería asociarla a la falta de visión, entendida como el objetivo a lograr; el lugar a dónde queremos llegar en la gestión en un plazo determinado. A partir de la visión que se tenga, que no puede ser ni ilícita ni delictiva, se infiere necesariamente la misión, que es el camino a seguir o las acciones a realizar para lograr esa visión.

Conviene precisar que la misión no es el iter criminis, con lo cual no se puede llamar líder a quien es jefe de una organización criminal. ¿Qué pasa entonces cuando no se tiene la visión? La consecuencia es que tanto el responsable como sus colaboradores no tendrán misión alguna que cumplir, orientada al desarrollo de la organización. O como lo decía Séneca, no hay viento favorable para el barco que no sabe a dónde va. Sin visión ni misión, se abren dos caminos bien marcados: el caos en la gestión y la corrupción.

En el primer caso, como lo decía Francisco Ayala, la incompetencia será tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente. Esta reflexión es también válida para la mediocridad, la cual impedirá que cuadros profesionales valiosos asuman funciones importantes. Si bien esta ausencia de virtudes puede ser resuelta en el sector privado, es en el sector público donde causa mayores estragos, generando el abuso de autoridad, la malversación de fondos públicos, la ausencia de capacidades gerenciales o la burocracia.

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En el segundo caso, los espacios abiertos que deja una mala gestión atraerán la corrupción, donde el interés individual rechazará el interés general. Si a esto se le suma la incapacidad para reparar el mal, corregir errores o negligencias, el Estado corre a su pérdida. Es aquí donde se hace manifiesta la importancia de la relación entre visión, misión y conocimiento como parámetros del desarrollo de nuestras organizaciones.

Si a esto se le suma la incapacidad para reparar el mal, corregir errores o negligencias, se producirá un deterioro muy grave de las instituciones al asentarse la percepción de que los cargos públicos solo persiguen satisfacer ambiciones personales. Con estos ejemplos, la ciudadanía asume conductas contrarias a las leyes abrazando la idea que, si lo hacen los gobernantes, no hay motivo para que los gobernados no lo hagan. De allí que la visión noble sea importante para generar ejemplaridad en el ciudadano, cuya misión construirá un Estado con instituciones sólidas.

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