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La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) nació bajo los mejores auspicios de gobiernos de izquierda, y su Tratado constitutivo del 23 de mayo 2008 (en vigor desde el 11 de marzo de 2011),queriendo lograr una alianza para América Latina. Sin embargo, al día de hoy, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú –sin hablar de salida definitiva– suspendieron su participación, debido a la falta de «resultados concretos que garanticen el funcionamiento adecuado de la organización». Entre líneas, dichos países hacían referencia a las falencias que debilitan su funcionamiento. Una de ellas, su excesiva politización “hacia afuera” lo cual conducía inevitablemente a la polarización de los países miembros. Asimismo, su inmovilismo funcional consecuencia del proceso de toma de decisiones (principio de unanimidad, art. 12),hace difíciles los consensos. También, sus acuerdos serían obligatorios solo al ser incorporados en el ordenamiento jurídico nacional. Esto, a todas luces, debilita la capacidad de generar decisiones vinculantes para los países. Otrosí, las limitadas atribuciones que los Estados delegan a la Secretaría General, quien no cuenta con un personal propio y eximio presupuesto, lo vuelve incapaz de ejercer algún tipo de poder supranacional sobre los países.

Dicho esto, es importante darle a UNASUR una visión –ausente en su Tratado constitutivo– que la consolide como un organismo supranacional de integración política, social, cultural y económica, en la cual se cobijen la Comunidad Andina de Naciones (CAN),el Mercado Común del Sur (MERCOSUR),la Alianza del Pacífico y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Principalmente, debe conferir nuevas competencias legislativas a su Parlamento fruto de elecciones nacionales, donde se discuta una Constitución para América Latina y se decida el rumbo a seguir. Esta unión “hacia adentro”, permitiría ocuparse en primer lugar de fortalecer nuestra identidad en la diversidad, reduciendo las asimetrías regionales en términos de crecimiento económico, desarrollo humano y consolidación democrática. Sobre todo, permitiría la resolución de problemas regionales que nos conciernen como la crisis de los refugiados de Venezuela o la adquisición de vacunas. Porque el mayor reto es resolver estos conflictos socioeconómicos internos, que retrasan la integración. El compartir un mismo idioma –además del portugués– y una misma cultura debe favorecer grandemente a conformarla.

Diez años después de su vigencia, con el deseo de unión incólume, los líderes de América del Sur deben proponer una agenda que permita continuar el proceso de unión regional de cara al Bicentenario.

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