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En ‘El alegre saber’ (título IV),Friedrich Nietzsche hace su reflexión ‘Para el año nuevo’ (parágrafo 276) precisando “vivo aún, pienso aún, así que debo vivir aún pues he de pensar aún”.

Es así que, en ese breve pasaje de un año a otro, se anida el final y el comienzo de una etapa; el momento de hacer el balance y formular nuevos deseos.

Sin embargo, Nietzsche –humano y sensible– expresa la nostalgia de fin de año y sus anhelos para el siguiente, teniendo como punto de partida el eterno retorno, a lo que no conocemos, a lo que ignoramos, a lo que incluso nos sobrepasa. Porque como en una película a la cual se va a asistir, su desarrollo nos es aún esquivo. Conocemos el título sin conocer los subtítulos. Conocemos parte del elenco, ignorando quién se aupará o abandonará en el camino. Conocemos parte de este camino, sin saber qué otras sendas, bifurcaciones, cruces o atajos encontraremos. Conocemos los tiempos, pero no las horas ni los momentos. De allí que el filósofo lance al viento el anhelo – a manera de exhortación– sobre “¡qué pensamiento debe aportarme la razón, la garantía y la dulzura de toda vida futura!”.

Insiste en que se debe vivir, y vivir pensando. Porque al fin y al cabo solo se trata de triunfar sobre los meandros de la vida, donde debemos “aprender a considerar cada vez más la necesidad en las cosas como lo bello en sí; así seré uno de los que embellecen las cosas”.

Pero, el filósofo parece apartarse del banal ritual de inicios de año, donde deseamos lo mejor para nuestros semejantes, con mayor o menor intensidad. Si leemos entre líneas, nos deja vislumbrar que la felicidad de los demás somos nosotros mismos. Que no podría haber un nuevo año, sin ese compromiso humano y concreto hacia los otros.

Que habría de pensar menos en el calendario, en razón que sea cual sea el balance del año y las resoluciones que se tomen, el tiempo pasará una y otra vez por ahí, puntual e indemne. Por esa razón proclama su amor al destino, a la vida: “¡Que sea éste mi amor en adelante! No le haré la guerra a la fealdad; no acusaré a nadie, no acusaré ni siquiera a mis acusadores. ¡Que mi única negación sea apartar la mirada! Y, sobre todo, ¡quiero no ser ya otra cosa y en todo momento que pura afirmación!”.

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