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A medida que el 11 de abril se acerca, la aparición de candidatos en las encuestas, abren escenarios indignos del Bicentenario. Esta elección, se supone, ha debido ser aquella que resuma la mejor evolución histórica, social y política del Perú en estos últimos doscientos años. Sin embargo, es la involución el resultado al que estaríamos llegando. Es así que vemos las candidaturas de siempre y no necesariamente por que sean los mismos rostros. Es porque son las mismas historias de decepción y fracaso.

A nivel de partidos políticos, permanecen en gran mayoría los vientres de alquiler. La pregunta es entonces, ¿qué esperar de una estructura cuyo destino es desintegrarse apenas terminadas las elecciones? Muy poco en términos de institucionalidad. Si a esto le sumamos que son 19 de 25 partidos los que pugnan por ser elegidos, la división y violencia serán aún mayores, con la atomización de bancadas. Consecuencia: trabajarán su propia agenda pensando en la próxima elección. Este escenario recurrente es un peligro para la estabilidad democrática.

Si a esto le sumamos la calidad de los participantes, la decepción es aún mayor. Se dice que la política peruana es antropomorfa y es cierto. El Perú, desde los años 90, ha dejado atrás las orientaciones ideológicas conocidas. A partir de allí, el ciudadano parece sentirse representado por políticos a quienes identifica por su nombre o apellido, sin importar el partido político por el que postule. Pero, una vez que logre ser elegido surgirá la decepción, la desconfianza, el rechazo por la política y el abstencionismo. Esta situación es un círculo vicioso, debido a que permite el nacimiento de candidatos mitómanos, populistas y mesiánicos, cuyo común denominador es el lenguaje disruptivo de tipo extremista.

A treinta días de las elecciones, es en este punto crítico en el que nos encontramos. Candidatos cuyo populismo palabrero hace pensar que las cosas serán fáciles, sabiendo que nunca lo harán. Otros son enjuiciados por crímenes y unos, que apenas conocen la Constitución, sugieren cambiarla sin saber cómo, dónde o para qué. Algunos se lanzan sin título profesional, aprovechando el silencio cómplice imperante, y se emparentan con los candidatos herederos de la corrupción más grande que se haya conocido, y que con la mayor desvergüenza prometen volver a empezar.

Y mientras esperamos que la generación de millennials nos aporte su mejor retoño, la salida será bloquear a los jinetes de la corrupcióny el oscurantismo, eligiendo al candidato de consenso, apoyado por una organización política sólida que permita la estabilidad del país.

Es lo mínimo que les debemos a aquellos que ofrendaron su vida por nuestra Independencia.

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