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Con el título de esta columna, nos referimos a las vacunas para el COVID-19, pues efectivamente en contados países se producen y pocos la tienen, pero muchos la quieren y, para ser francos, en realidad no hay país que no desee tenerla, pues debe prevenir que su población no se contagie o por lo menos tratar de protegerla.

Como hemos afirmado en otros artículos, en coincidencia con propuestas que también se han formulado en diversos países, se requería de un acuerdo internacional que hiciese que la vacuna a la que nos referimos sea considerada un bien público, de interés internacional y no ser tratada como un simple producto comercial, sujeto a las reglas del mercado, entre ellas la de la oferta y demanda.

Se trata de la salud de varios miles de millones de habitantes de nuestro planeta, que ya vienen soportando estoicamente los embates de esta cruel pandemia que está causando la muerte o la afectación de la salud de millones de personas, con graves secuelas, no solo para la salud pública sino también para las economías nacionales, principalmente de los países en vías de desarrollo que han perdido también millones de puestos de trabajo y, han hecho migrar a porcentaje significativo de sus poblaciones al rubro de pobreza cuando no pobreza extrema.

Lamentablemente los esfuerzos internacionales que se han hecho no han alcanzado el éxito deseado y la vacuna, pese a que puede salvar vidas, es un mero objeto del mercado con poca oferta y muchísima demanda, que por regla económica hace que los precios se eleven ante la escasez y que los países que producen localmente la vacuna tengan mayor posibilidad de tenerla a tiempo, muchísimo antes que los países que solo la demandan y, peor aún, cuando los demandantes son del llamado tercer mundo, sin recursos suficientes para hacer las cuantiosas inversiones que se requieren para afrontar la grave pandemia.

Algunos actores públicos y privados, convencidos en la necesidad de considerar la vacuna como bien público y alejarla en lo posible de las frías reglas del mercado, crearon en abril del 2020 el Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19, bajo la sigla COVAX, lanzada por la OMS a fin de facilitar el acceso equitativo a las diversas vacunas para la pandemia.

Lamentablemente el espíritu solidario mostrado en COVAX no fue suficiente para generar que los laboratorios concentrasen su producción para COVAX y que este último la distribuyera equitativamente entre los países. Penosamente el desmedido afán de lucro, la imposición de durísimas condiciones para la comercialización y entrega de las vacunas, han hecho que una singular iniciativa sea reducida y por cierto insuficiente.

Si bien se ha perdido mucho tiempo, ojalá los países que más la requieren formen un cartel en el mundo para exigir un tratamiento equitativo en la entrega de las vacunas y que el afán legítimo de lucro no sea excesivo y que se trate el asunto con visión humanitaria.

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