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La primera escena de “Triangle Of Sadness” (Ruben Östlund, 2022) contiene en sí el derrotero que va a seguir la película: un grupo de jóvenes modelos descamisados hace gestos de alegría y de seriedad respectivamente, según se lo pida un asistente. Balenciaga: todos serios y de piedra. H&M: todos sonrientes y despreocupados. En esta primera escena, la farsa (no exenta del barnizado glamour que ofrece el mundo del modelaje) será el eje a través del cual se moverán los tres capítulos de la película.

En el primer capítulo, Carl, después de haber fallado en un casting, cena con su novia, Yaya, una modelo e influencer muy hermosa, en un restaurante de lujo. Se produce una escena cómica, tensa y patética porque Carl está seguro de que Yaya se hace de la vista gorda a la hora de pagar la cuenta y se lo echa en cara. Hay discusiones y amenazas.

En el segundo capítulo, seguramente para apaciguar al desconfiado Carl, la pareja disfruta de un crucero lujoso al que han accedido gracias a intercambios en su condición de celebridades de las redes sociales. Allí se toparán con estrambóticos personajes, incluida una dama parapléjica que sólo puede decir una frase: “In Den Wolken”, es decir, “en las nubes”, que es donde viven todos estos millonarios excéntricos, de espaldas a la realidad. Una de las pasajeras le pide al capitán que limpie las velas del barco. El capitán le dice que eso no es posible porque la embarcación es motorizada y no lleva velas. Pero la señora insiste y el capitán debe admitir que ”harán lo posible por complacerla”.

Otra pasajera, atacada por un súbito deseo de democratización, propone a una empleada que disfrute de un chapuzón en la piscina. La empleada le explica que eso no sólo sería contraproducente con su trabajo, sino que podría causarle un despido. Pero para la millonaria esos recelos son pamplinas y obliga a la muchacha a “disfrutar de la vida como toda persona debe hacerlo”.

Como se ve, en esta parte de la película Östlund ha ensayado un cuadro costumbrista satírico de las clases sociales privilegiadas. Y su mensaje es: las personas extremadamente ricas son vulgares, antipáticas y ridículas. No es un mensaje profundo ni complejo, y a lo mejor es simplista y maniqueamente prejuicioso, pero en su favor hay que decir que sabe poner en escena esa idea. En el filme, el ridículo cobra una entidad totalizadora al punto que se normaliza y se acepta esa realidad. Por eso, este capítulo no puede sino terminar con una gran debacle escatológica en la que todo, literalmente, se va a la mierda.

El tercer y último capítulo de esta historia es una “Robinsonade”. O el tópico en el que varias personas, de diferentes clases sociales, quedan varadas en una isla desierta y deben intentar sobrevivir. Algunos maliciosos han dicho que La Isla de Gilligan es el referente sustancial para este capítulo, pero está claro que Östlund apunta un poco más alto que la gorra del buen Gilligan. Aquí la división de clases se difumina y a los sobrevivientes ya no los identifica el lujo ni el dinero, sino sus habilidades de supervivencia.

Toda la película está contada en clave de sátira. Todos los diálogos y las acciones de los personajes rozan el absurdo y el patetismo. Pero, a diferencia de “Everything Everywhere All at Once”, aquí todo tiene una lógica y una base medianamente razonable.

Los detractores de Östlund (que son muchos) han acusado al director sueco de pergeñar una fábula sencilla recubriéndola con el barniz de un “humor intelectual”. El fin expreso es sorprender al jurado de Cannes y obtener así su segunda Palma de Oro. Así ha pasado efectivamente, en Cannes han ovacionado de pie, durante ocho minutos, la película. Pero creo que sus detractores se están tomando demasiado a pecho el humor de Östlund. Por ejemplo, aquella escena en la que el millonario ruso (capitalista) y el capitán del barco (Woody Harrelson socialista) discuten sobre política. Utilizan “frases célebres” típicas de internet, ¿no es un claro y voluntario pastiche de muchas discusiones “políticas” de la actualidad?

Más interesantes me parecen algunas claves simbólicas de la película. Por ejemplo, el mencionado al principio y aquella estremecedora dicotomía entre el sacrificio de un animal herido a pedradas y la propia muerte de Yaya. Al final de la película he recordado “La Caza” de Carlos Saura. Hay que ver el final para entender por qué.

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