Super Mensajes

Edwin Gómez es el presidente de la Asociación de Criadores, Aficionados y Propietarios de Toros de Pelea de Arequipa (ACPATPA). Es voluminoso como los astados y luce orgulloso una panza de proporciones taurinas. Está feliz de recibir un ejemplar del libro “Surco, Pasión y Gloria”, que acaba de ser presentado por su autor, el arequipeñista Juan Guillermo Carpio Muñoz. Carpio tiene una barba poblada y la sonrisa de quien sabe que acaba de hacer historia.

Su discurso ha sido conmovedor. Con un entusiasmo propio de hombres más jóvenes, el autor ha hablado sobre costumbres de los chacareros, de las damas que acompañan la faena con cantos preciosos, la comida inevitable preparada con un primor colosal. Y claro, las nobles peleas arequipeñas de toros. Se habla de estos animales como si fueran gente. En unos minutos, dos de ellos se darán de cachazos.

El dúo Aspilcueta acompaña la jornada que se realiza en la Mansión del Fundador, un emblema de Arequipa. La campiña que rodea todavía el lugar es perfecta para los yaravíes de estos veteranos artistas. La canción se detiene para una historia rimada en cuatro líneas:

“Un burro mientras pastaba en un rebuzno decía como ya tengo mi vara quisiera ser policía”

El público es mayoritariamente chacarero. Y entre ellos hay notables criadores de toros de pelea que se emocionan cuando Juan Guillermo enumera los nombres de históricos campeones. El que pone a suspirar a todos es el de Melenik, ganador mitológico de las peleas a mediados del siglo pasado. Nadie ha olvidado su leyenda.

El historiador continúa y hasta se pone a cantar. Lo hace con un candor que envuelve cada verso. “Cómete la papa y déjame el cuy…” recita y sigue. Todos lo miran sudando por ese calor tremendo que habita en el salón. Cerveza Arequipeña, que auspicia la publicación, sabrá atender la demanda de frescura más tarde.

En la terraza de la Mansión espera un toro. Es enorme, blanco y manso. Sus cuidadores lo miman como si fuera un bebé humano. Sus dueños lo han bautizado como Amor Pasajero, nombre poco adecuado para una bestia de más de una tonelada. Los amores que pasan no pueden ser tan contundentes. Está allí para pelear con un bovino negro que por ahora está lejos, esperando su oportunidad de meterle el cuerno.

En el salón, Carpio Muñoz propone la creación de un museo dedicado a estas expresiones culturales, tan propias de los nacidos en la ciudad de sillar. El museo del loncco tendría cabezas disecadas de los toros campeones de Arequipa. A todos les gusta la idea. Juan Guillermo se ofrece a ser el primer director de esta ilusión. Los aplausos se multiplican.

Su rival va llegando y se instala con su tonelada de carnes y huesos en el centro de la cancha. Ambos astados se miran con malicia. Empieza el conflicto.

Así acaba el discurso y empieza el almuerzo. La cortesía es aplastante: pastel de papa con chicharrón de chancho además de rocoto relleno con sarza de patitas con torrejas con queso helado con buñuelos. Y cerveza, para acompañar la merienda.

La expectativa por ver la pelea de toros es grande. Amor Pasajero recibe el cariño de su dueño en sus partes pudendas. Su rival va llegando y se instala con su tonelada de carnes y huesos en el centro de la cancha armada para la ocasión. Ambos astados se miran con malicia. Empieza el conflicto. La tierra tiembla bajo sus patas. Sus cachos chocan haciendo un ruido que asusta. La potencia del toro negro es indetenible. Luego, todo se resuelve muy rápido. Amor Pasajero hizo honor a su nombre. No duró nada.

“Corrió como una vaca”, dicen los que saben de toros en Arequipa. “Toro cabro”, agregan los que están allí para hacer leña del vacuno vencido. Luego de su trote poco viril, Amor Pasajero regresa para ser víctima de las burlas. Sus ojos desorbitados y el jadeo frecuente hacen parecer que entiende perfectamente su situación. La próxima vez el almuerzo podría ser él.

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