Super Mensajes

De inmediato, otra cara me vino a la mente. Era la del zambo alto y macizo de bigote apretado y rulos color tabaco que trabajaba (o quizás sigue trabajando) en la universidad donde estudié. Este no se me escapa, dije, ya que su historia, como las de los demás personajes, sigue prófuga de las páginas de los libros de cuentos, incluso de los míos. Para ese momento -las 4 de la mañana- ya había pensado en otros fascinantes ejemplares de carne y hueso que conocí y se fueron acumulando en mi memoria a lo largo de todos estos años. Taxistas, profesores, vecinos, extraños con quienes compartí más de un episodio, familiares y amigos, compañeros de clase, por qué no, de trabajo, etc.

Por inercia, una inercia matinal que es cuando caen las mejores presas, recordé al Chino, al Camello, al profesor a quien llamábamos “El Perro”; y a otro al que evitamos llamar “Cara de Sonso”, pues, a diferencia del primero, era noble aunque con una vida doblemente atormentada. No tan apacible como la del profesor que a punta de mancuernas se hizo llamar “Fortachón”, con un ego tan voluminoso y recio como cada músculo que ganó para altas competencias y a quien retraté en decenas de caricaturas en el colegio (me disculpo).

Recordé también a O. y P. quienes terminaron felizmente en los primeros pabellones del penal de Socabaya por robar un carro en Miraflores. Recordé a R­­­­­_____, por supuesto, y a su hermano, otro personaje que en la infancia pudo haber engrosado cuantas páginas de cuentos infantiles fuera posible; o por qué no, libros de autoayuda por la incongruencia entre su tamaño y su mayor pasión en ese momento: ser arquero de un equipo de fútbol en Alto Misti, lo que invitaba a pensar con ardor que todo era posible.

Recordé a W.W, un fotógrafo algo excéntrico en su modo de enseñar a fotografiar matrimonios y retratos de parejas; perfeccionista, obseso de una estética que se encontraba en la seda barata del efectismo, intenso, muy intenso y que acabó mal, muy mal; peor que P_____ que al menos vivió para pagar con segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años lo que hizo. Cerré el cuaderno de notas y recuperé el sueño. Tras aquel velo comatoso encontré a M_____, que no pasó a otra vida por un pelo; soñé con él a partir de aquel triste episodio que lo convirtió en un hombre callado, reservado y rengo, por supuesto.

Ahora que estoy sentado frente a la computadora recuerdo a V­­­­_____, la persona que me hace pensar que, quizá en otra vida, fui el hombre que inspiró a Sábato a escribir El Túnel. En fin, bastará con decir que no soy Juan Pablo Castel y por lo que hizo V____ no habría matado; pero aquel recuerdo -sucedido desafortunadamente en la infancia- merece al menos una página. Sin un norte de objetividad, pero al menos una página (o dos, vamos a ver).  No sé nada de mi amigo M_____ (a quien por cierto decíamos “Panseco”) y perdí como a otros bajo las marejadas del tiempo. Desgraciadamente hasta hoy no nos han devuelto a la misma orilla que nos permita, al menos, una gaseosa en la tienda de la ventanita; privilegio que no desearía con otros que también se borraron del mapa.

Días después me reuní con Mabel Cáceres y -con la misma cara de derrota, sintiendo el sabor de la inverosimilitud en la boca, igual como había sucedido desde el 2008 cuando volvía sin un solo dato a la sala de redacción (sin un “fokin dato” diría Junot Díaz)- le pedí un espacio que gentilmente aceptó darme. Imagino que confiando en que al menos yo no derramaré mi indignación sobre un tema que desconozco y que carece de importancia. “Los amigos que perdí“ así se llamará, le dije por un mensaje y de inmediato otra cara se me vino a la mente la de O_____; a quien conocíamos como… mejor ni mencionarlo, solo decir que era malo para el fútbol y por eso quizá prefirió las pistolas.

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