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El autor, Renzo Ivan Bellido Vera escribió “La Qeshpito” bajo el Seudónimo Matrioska. Él nació en Lima en 1990. Estudió Periodismo en la Universidad Mayor San Marcos. Ganó la bienal de poemas para niños del IPNA en 2017. Ganó el concurso de cuentos “Cuenta Lima”, organizado por la Municipalidad de Lima.

A continuación, la obra del ganador de su autoría:

La Qeshpito

Tan flaquita era la Qeshpito que cuando pasaba un viento fuerte, parecía que se iba a volar. Los maqtillos del pueblo la fastidiaban diciendo que la iban a agarrar para que el viento no se la lleve. Así le mañoseaban su cintura que parecía tallo de florcita. En carnavales le echaban a la acequia diciendo ¡mójate Qeshpito, mójate que ni la lluvia puede mojarte, tan flaquita que eres! Y la metían al charco con su más o menos porque bien claro veía yo como le tocaban su potito. Ella era pura risa nomás y a mí eso sí me daba más rabia porque cómo iba a reírse, acaso no se daba cuenta que los maqtillos le estaban mañoseando, que solo la fastidiaban para rosarle sus limoncitos.

¡Qeshpito regalona! le gritaba corriéndome pero ella me perseguía y alcanzaba porque flaca pero rápida como el puma era. Y ahí sí me tiraba al suelo, se subía en mi encima y a cachetadas me daba para mi felicidad porque qué me importaba sus golpes si tenía su carita huesuda tan cerca de mi boca. ¡Qeshpito regalona!, seguía diciendo yo feliz de sufrir las cachetadas más felices de mi vida hasta que ella lanzaba un grito de espanto porque su papá ya la tenía de una oreja zarandeándole peor que a perra ¡así qué te gusta ensuciarte la ropa!, ¿no mierda?, ¡así qué te gusta revolcarte con los hombres!, ¿no mierda?, le decía con esa su voz fea como de condenado, mientras yo la veía desaparecer por el canto del pueblo con mi corazón temblando de susto pero también de amor por la pobre Qeshpito, tengo que admitirlo.

A su casa de la Qeshpito la llamaban Matusita no sé por qué pero todos decían que allí penaban. Ni el más valiente maqtillo quería ir allí porque estaba lejos y porque decían que el alma asustaba en la oscuridad. Una noche mi taita me mandó a buscar una ternera que había saltado el cerco y sus pisadas me llevaron cerca de allí.

Ya estaba dándome vuelta para volver cuando escucho un llanto como de viuda negra que por poco me hace orinar de miedo. ¡Santísimo Apóstol Santiago con tu espada te ruego que me protejas!, ya estaba yo rezando al patrón cuando reconozco que el llanto no era de ninguna viuda negra sino la misma voz de pajarito de la Qeshpito. Poco a poco me acerqué asustado, ya no del alma si no que alguien me viera husmeando por su casa. Tuve que trepar callado nomás un eucalipto para ver mejor por su ventana.

¡Ay, Qeshpito bonita, qué feo es verte llorar así como una wawita recién nacida!, pensé a punto también de derramar lágrimas cuando te vi abrazando tristísima tu almohada. Hasta moco le salía a la pobrecita, tan flaquita y sufriendo como si se iba a morir. ¡Ya no llores, Qeshpito!, dije muy bajo como para consolarla sin ser escuchado. De pronto, cuando menos lo esperaba, ¡saz! salió su padre no sé de dónde y cerró la ventana con tanta fuerza que me caí del árbol muerto del susto. ¡Quién anda ahí, carajo!, escuché su voz de condenado y yo, patitas para qué te quiero, salí disparado de la casa Matusita, muerto de miedo pero no por las almas que allí decían que penaban sino por ese viejo cara de diablo que si me ve, de seguro me mata.

A la Queshpito la iban a esposar con un viejo viudo llamado Hernán pero que en el pueblo lo llamábamos don Renancuajo porque tenía la boca bien fea como de sapo. Seguro por eso estaba llorando como wawita la Qeshpito, pensaba mientras pasteaba mis ovejas. De repente se me prendió el foco diciendo para mis adentros que de seguro espera que alguien le ayude a escapar. Seguro que está esperando que yo la lleve conmigo a la ciudad para ser enamorados y que nadie nos moleste. Esa misma noche volví a la casa Matusita silencioso como el zorro hasta treparme al eucalipto y por su ventana vi cómo lloraba la pobre, tan flaquita que parecía un colibrí mojado. Turujuí, turujuí; imité el silbido del jilguero para que me escuchara sin que su papá sepa. Turujuí, turujuí, insistí pero nada me hizo caso.

Entonces ¡saz! vi que apareció su taita pero esta vez no me caí del árbol sino que me tragué el susto y quedé husmeando en las ramas del eucalipto. ¡Ay, Qeshpito, cómo duele mi corazón al verte llorar! Hasta tu taita tan monstruo que parece se apiada de ti y te acaricia tus cabellos. Luego besa tus lágrimas, seguro dulces como la lluvia de febrero. ¡Ay Qeshpito mía ya no llores más, linda cholita! Mira nomás cómo te abraza y te besa. Te toma de tu delicada cintura. Y te quita la blusa… Te arranca tu pantalón gastado… Te abre las piernas… O te jala los cabellos… Te hace volar y aterrizar en la cama en un segundo… Te pasa su lengua de lagartija… Luego, te golpea… Te toca… ¡No! ¡Corre Qeshpito! ¡Corre! ¡Ven vámonos! ¡Escapémonos! ¡Corre! ¡Viejo violador! ¡Maldito! ¡Desgraciado! ¡Corre Qeshpito! ¡Corre! ¡Ven conmigo! ¡Escapémonos juntos para siempre!

A la mañana siguiente la Qeshpito se fue del pueblo con su padre y don Renancuajo. Dicen que para nunca más volver. ¡Ay Qeshpito! ¡Cuánto quisiera haberme escapado contigo esa noche! ¡Cuánto quisiera que me sigas dando tus cachetadas esas que me hacen tan feliz! ¡Ojalá puedas escapar! ¡Ojalá un viento fuerte te lleve volando y te traiga pronto de regreso aquí conmigo para siempre! ¡Ay Qeshpito! ¡corazón! … ¡Ay linda cholita!

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