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foto de los hermanos Vargas

Por: Jorge Cornejo Polar .- Surge a fines de 1916 y se mantuvo actuante hasta 1919. En un primer momento -diciembre de 1916 y enero de 1917- publicó con el mismo nombre del grupo una revista “social, garitera, fisgona y asaz vituperable”, según se define en la carátula. Pertenecieron a El Aquelarre: Percy Gibson, César A. Rodríguez (al parecer los autores de la iniciativa),Renato Morales de Rivera, Belisario Calle, Nathal Llerena, Carlos Enrique Telaya, y el pintor Carlos P. Martínez. “Somos seis poetas y un aguafuertista. Siete hermanos en dolor y ensueño” como dice el editorial del primer número de la revista. A ellos se unió más tarde Federico Segundo Agüero Bueno (1900) a quien se debe el siguiente valioso testimonio, más objetivo tal vez por haber sido escrito muchos años después de la desaparición del grupo. 

“Era un pequeño grupo de poetas que pernoctaban hablando en ‘elevado’, caminando lentamente por las calles, parados en cualquier esquina, sentados en cualquier banco de la Plaza de Armas o en un cafetín, un figón, una cantina barata, pero el nombre se convirtió en gorro para el grupo por dos cosas: una corta revista que duró poco con este nombre de Aquelarre y un cuarto trasero y pequeño sobre la bóveda de la casa del chuzo Gibson… En la revista se publicaron bellos versos y bellas prosas… En el cuarto… se sentaban los poetas, por la noche, a charlar con euforia y brillo sobre temas altos, a hacer ironía aguda y buena burla de cosas y tipos del pequeño pueblo…” 

Resulta también interesante glosar brevemente lo que podría llamarse notas editoriales de la revista ya que en ellas se refleja el pensamiento y la actitud del grupo. En la inicial, escrita por Gibson, se lee una suerte de declaración de principios o al menos de intenciones: “En sus páginas tendrán cabida todos los escritores de la tierruca. Desde los viejos consagrados y enemigos personales del modernismo hasta los imberbes e incipientes cubistas de escandalosos y audaces chambergos… Serán nuestras loas para los pensadores hondos, para los altos ingenios, para las verdaderas personalidades. Será nuestra fisga para los mediocres y los ridículos. Será nuestra sátira para los malvados. Atacaremos con altura…”

El criterio de selección era como se ve amplio, e incluía en su aprobación a figuras mayores según se observa en el cuarto número en que escriben Jorge Polar, Francisco Mostajo, Carlos D. Gibson a quienes se presenta como “homes de pro” y se dice “Estamos contentos de ellos. Representan dignamente a esta vieja aldea, ilustre y heroica”.

Y en lo que se refiere a las intenciones de ataque cabría decir que ellas no llegaron a plasmarse cabalmente salvo en la recia embestida que Rodríguez lanza contra la crítica nacional en el editorial del número tres y en sus quejas hacia el parecer poco sensible público arequipeño (nota del número dos). En ésta se afirma también que “la literatura arequipeña se remoza quitándose las legañas que una forzada senectud le había hecho filtrar sobre sus ojos campesinos… La poesía que hoy se labora ya no se extrae de los libros: la sentimos bajo la carne como vibración espontánea… Hoy día no diré que se ha alcanzado la máxima independencia, pero es evidente que nuevos cauces abiertos a nuestra curiosidad han solicitado nuestros espíritus, conduciéndolos frente a un panorama múltiple… Nuestra mente se tocó de cosmopolitismo, librándonos de la antigua tiranía unilateral”. 

Agüero Bueno termina los párrafos citados más arriba diciendo: “Eso fue el Aquelarre. Una cosa simple, efímera, pero bonita”. Pensamos que se trata de un exceso de modestia: El Aquelarre tuvo sin duda importancia. Por una parte, cohesionó, aunque fuera temporalmente, a los nuevos poetas de entonces que representaban la inquietud de renovación, el deseo de encontrar nuevos caminos, la influencia de corrientes hasta entonces desconocidas en el medio. Aquelarre no fue ciertamente una escuela, pero sí, en cambio, un grupo de cambio generacional; donde se da la mayoría de requisitos que la teoría exige para que haya “generación”, desde la coetaneidad hasta la existencia de un vocero común; que significó para la Arequipa que aún vivía en algún sentido en la centuria decimónica, el primer grito del nuevo siglo; la apertura hacia más amplios panoramas espirituales, una conmoción fecunda en el ambiente general de la ciudad.

El Aquelarre sirvió también de base desde la que sus miembros partieron para protagonizar lo que Monguio ha llamado con acierto el abandono del modernismo; ya que disuelto el grupo sus integrantes prosiguieron cada quien a su modo su carrera literaria. (Jorge Cornejo Polar: La Poesía en Arequipa en el siglo XX. Estudio y Antología. Lima – Arequipa: CONCYTEC: UNSA,1990, página 294). 

(En las citas textuales que se hacen en esta obra se respeta la ortografía de sus originales) 

Juan Guillermo Carpio Muñoz 

Texao. Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre. 

Tomo V. Págs. 343 – 344 

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