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Pedro Arenas y Aranda fue mi profesor de Lengua Castellana cuando yo cursaba el primero de Letras en la Universidad de San Agustín de Arequipa. Entonces él estaba por los 47 años. Hablaba con voz calma y como aconsejándonos. Tal vez solo alguno de sus alumnos y alumnas sabía que era también poeta. Fue el “cholo” Nieto quien me dijo que Pedro Arenas y Aranda había ganado los Juegos Florales de Lima, de 1923, con este poema.

Posé entonces mi atención en él y busqué su poema, y mi admiración por él se alzó como una nube a la que se le ocurre de pronto enlazar a la Tierra con el Cielo. Era un poeta como pocos, nada silente como Antonio Machado ni bullicioso como José Santos Chocano. Era, más bien, de reflexión circunspecta, un maestro hecho de la misma materia prima que nosotros, que conjugaba bien con las calles rumorosas de églogas y la campiña extendida como la palma de una mano amiga.

Vuelvo a leer ahora su poema y me recibe su filosofía profética, de hace casi cien años: los bronces andinos troquelándose en los pedros sencillos, como tú, como yo, como nosotros.

Poema de Pedro Arenas y Aranda (1902 – 1995)

Canto al bronce, porque el bronce es un símbolo de raza;

canto al bronce, porque es fuerza,

porque es gloria, porque es gracia:

es la fuerza porque es músculo,

es la gloria si se funde en monumentos;

y es la gracia

en el rostro de una quechua,

o la línea de una estatua.

Es el bronce fuerte y ágil como el puma;

o tan leve, como el eco de una quena o la fuga de una alpaca.

Él es todo: En las ánforas de Egipto es arte puro;

si se ahueca en los clarines, es garganta

que se ríe, que blasfema, canta vida, grita muerte…

o es progreso hecho en el cuerpo de una máquina.

Canto al bronce de mi patria,

porque el bronce se retuerce como médula

en las vértebras del Ande;

en los rostros se hace tinte,

y en los pechos se hace un ascua.

¡Es el bronce como el símbolo de América¡

¡Es el bronce como el triunfo de mi raza¡

Bronce el rostro de los indios que pululan

desde el mar de Magallanes hasta Alaska;

tal los quechuas, y aimaras, y araucanos, el glorioso Montezúmac;

Y es un bronce puesto al rojo, el del indio en Yanquilandia.

Hace siglos, muchos siglos,

cuando el agua era un tumulto en el lago Titicaca,

y el ocaso explosionaba sangre y oro,

como llama de una hoguera, o una herida que se rasga,

surgió presto, en ese lago,

cual prodigio hecho bronce: Manco Ccápac.

Y este indio: todo bronce, todo genio, todo audacia:

humillando fue las cumbres, y en el Cusco,

entre rocas sembró el oro de su barra, barra mágica;

que dio el fruto de un Imperio poderoso

y el prestigio de una raza.

Otro día cuando América temblaba

bajo el trote vigoroso de corceles,

que agitaron con su aliento

el penacho de un monarca;

y la espuma de sus belfos salpicaron:

sobre el oro cincelado de sus andas;

y se hundía ya un Imperio;

y triunfaba nuevo credo en Cajamarca:

humillando pedrerías, plata y oro,

sobre el bronce de cien hombres, triunfó el bronce de Atahualpa,

se diría que era un símbolo allí erguido,

y que locos de entusiasmo, ya sin lengua,

protestando en su apoteosis, por la ruina de su raza.

Canto al bronce hecho carne,

en la carne de los quechuas de mi patria,

tal el rostro del glorioso Calcuchímac

que se arroja entre la hoguera,

mientras grita: ¡Pachacámac…¡

Y simula, así, una estatua que se funde

porque quiere

que aquel bronce de su estirpe,

muchos siglos, humillando esté esas brasas.

Bronce puro fue la atlética figura de Cahuíde

cuando salta hecho un puma

harto ya de sangre y muerte, al vacío:

madriguera de sus ansias…

Se diría que es la raza que se estrella,

porque ella, no ha nacido esclava.

Bronce el rostro de los indios

que en la entraña de los Andes

arrancaron pedrerías, oro y plata.

Bronce el rostro de los indios que subieron a sus cumbres

y dejaron en sus quiebras, como un eco de sus quenas, sus nostalgias;

esos indios que aman solo:

sus alpacas, sus vicuñas y sus llamas…

que deshojan yaravíes, y que lloran sus angustias;

en sus quenas, y en el bronce que urde el barro de una cántara.

Bronce el rostro de los indios que en los mares

anegaron el dolor de sus miradas,

y al recuerdo de sus dioses, de sus ñustas, de sus chasquis,

mamaconas, pacarinas y sus mallquis… sollozaban.

Bronce el rostro de los indios que soplaron los pututos contra España,

que rasgaron los espacios con sus flechas,

e intentaron romper yugos con Amaru, con Melgar y Pumacahua.

Que tuvieron la apoteosis de Humachiri, en que mármol

fuera el rostro del poeta; mas el pecho, bronce hecho ascua:

Si de mármol fue la lira, su cordaje fue de bronce,

tal cual lo eran esas épicas campanas:

que aún hoy gritan: a rebato,

como lloran por un muerto o recitan sus plegarias.

Bronce el rostro de los indios que miraron

sobre el dorso de los Andes, como un triunfo de la raza, perfilarse, hecha un bronce, la silueta vigorosa de un guerrero:

San Martín, aquel coloso de la lucha libertaria.

Y otra vez fue la apoteosis, en que el bronce

humillaba pedrerías, oro y plata;

en el oro del Sol mismo, y en la plata de las cumbres;

tal cual lo hizo en Cajamarca…

Y este triunfo se repite con Bolívar, cuando pasa en Ayacucho

sobre Iberia; león de oro; y las golas de virreyes; todas albas.

Bronce el rostro del que supo como Lincoln, y siguiendo a Fray Las Casas

romper yugos y cadenas que atan manos, en la noble y regia Lima;

bella Lima, caprichosa cual virreina enamorada…

Él que supo en Arequipa llevar muerte o alzar tiendas de campaña.

Él, que supo… ¡Gran Castilla¡… de los bronces legendarios

que gritaban: ¡sangre¡ ¡guerra¡… (cuando el pueblo levantaba barricadas),

se bajaban de sus torres y en cañones se trocaban.

Canto al bronce, porque el bronce, es un símbolo de raza.

Nada importa que en el Morro y en el puente de la Nave Legendaria:

dos colosos sean mármol por capricho de otra estirpe;

nada importa, porque el pecho siempre es hecho

de aquel bronce que es orgullo de la tierra americana.

Canto al bronce, canto al mármol

porque juntos hoy compendian como el de mi raza.

Es el mármol la belleza. Es el bronce,

como músculo hecho fuerza; ya en un yunque, ya es un bloque vuelto estatua,

y es por eso que penetra, cual raíces

sosteniendo las ideas, en el mármol monumento de mi Raza

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